ADICTO A MÍ: viva y abierta

Críticas, España

Por Tiago P. Barrachina (Universitat de València) / 28 de septiembre de 2024

Las artes vivas son ese cajón donde la crítica tiene miedo a incursionar porque, lo reconozcamos o no, las representaciones que no rompen con el modelo teatral tradicional se analizan desde un lugar que la academia lleva reproduciendo desde que Kowzan nos ilustró con El signo y el teatro hace ya más de 25 años. Aunque pertinente en su época, debemos ponerle nombre a las realidades, que más que nuevas diría contemporáneas, porque conviene recordar que para que algo posea identidad propia ha de tener nombre. Así, en este esfuerzo nombrador, nos encontramos con Adicto a mí, de Santi Senso y su compañía Actos Íntimos. 

Comencemos por mencionar que el creador cacereño modifica el elenco de la pieza en función de la localidad donde se represente la misma. Así, el término «dramaturgia viva», utilizado por el propio Santi Senso, no es solo revelador, sino coherente desde el punto de vista de la concepción y la comunicación. En la comunicación dado que el espectador entiende que aquello que va a ver no es un acto medido al milímetro, y en la concepción porque la modificación de los agentes escénicos de una pieza transforma el contenido de la pieza. Claro está, esto no es necesariamente así. Uno puede cambiar los intérpretes y mantener todas y cada una de las pautas de la obra. Sin embargo, Adicto a mí propone un encuentro nuevo en cada representación dejando las puertas abiertas a la belleza de la incertidumbre y la sorpresa. Cabe añadir que los diferentes elencos están formados por aquellos artistas locales que deseen colaborar en este «acto íntimo».

Así, el lugar de enunciación de un servidor está claro: se trata de una crítica de la función realizada el 28 de septiembre en Valencia. ¿Quién sabe por qué derroteros viajará este Adicto a mí en su periplo? Lo que está claro es que todo el trabajo gira alrededor del concepto de la adicción. No obstante, si bien este es el eje axial de la propuesta, no se responde desde lo evidente: las drogas y el alcohol, sino que trata de profundizar en él desde una perspectiva casi espiritual en tanto que humana. Lo destacable es la ausencia del elemento discursivo, aquel que defienda una tesis y trata de comunicarla al público, buscando persuadirlo de una cosa u otra. En oposición, se hace partícipe al espectador para que responda (o no) desde su propio lugar personal. O no, digo, porque el propio creador no impone dicha participación, sino que te tiende la mano, con lo cual, a ratos se tiene la sensación de estar más en un círculo de amigos que en una propia charla. Esto no sucede desde el comienzo, que me pareció ciertamente abrupto, sino que se genera, poco a poco, mediante la desnudez emocional paulatina del elenco que contribuye, junto al resto de elementos escénicos, a la creación de una atmósfera de intimidad. 

Así, hay una puesta en escena con contados elementos escénicos pero que funcionan bien en su austeridad y que, de otra manera, jugarían en contra del acercamiento a un público más estimulado por los elementos escenotécnicos que por un Santi Senso fuerte pero conciliador. Íntimo, sí, gracias en parte al juego con el sonido, que parte de la propia escena a través de diferentes equipos que dan una sensación de analógico al espacio sonoro, pues si bien en un par de ocasiones se utilizó el equipo de la sala, en su mayoría partió del dispositivo escénico. En el caso de la iluminación, la penumbra domina en varias ocasiones la escena pero, como bien decía uno de los intérpretes «hay que habitar la oscuridad». Es justo en esta convivencia que las lamparillas forjan un espacio tan cercano. En la oscuridad todos somos iguales.

Al finalizar la función el público recibió al elenco con un fuerte aplauso. Se percibió una satisfacción generalizada. Pero al salir, qué se yo si anhelando cercanía o comprensión, uno de los espectadores al cual no conocía en absoluto, se me acercó y me dijo con cierta sorna: «¿Cuánto valía la entrada?». Esa frase se me ha clavado en el cráneo como una astilla bajo la uña y si bien podría criticársele, no a la pieza, sino a las artes vivas, un cierto hermetismo semiótico, ¿no están todas las artes escénicas destinadas a un tipo de espectador concreto? Pongan a un joven bohemio a contemplar una comedia clásica con cierto humor viejo y tal vez salga utilizando las mismas declaraciones. En fin, no se puede imponer lo que se desea ver o el gusto personal a la materialidad de la pieza representada. De lo contrario, esta absurda lucha entre lo tradicional y la vanguardia se hará cada día mas fuerte.

Adicto a mí. Del 27 al 29 de septiembre en el Teatro Círculo, Valencia.

Ficha artística. Espectáculo nacional dentro del marco del Festival Russafa Escènica. Cia. Actos Íntimos // Dirección, autoría e interpretación: Santi Senso // Acompañado en escena por: Ángela Freire, Estefanía Arenas, Marta Duque, Pablo Gabaldón, Nico Invernizzi, Dan Núñez, Adam Enrique, Fabio Locci y Caterina Martí // Música original y espacio sonoro: Gómez Selva // Fotografía, diseño de cartel y audiovisuales: F.A. Jiménez

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