MUERTE DE UN VIAJANTE: muerte al patriarcado

Críticas, España

Por María Gray (Universidad Internacional de La Rioja) / 27 de noviembre de 2023

Antes de comenzar la función como es regla, una voz en off se dirige a los espectadores para advertirles que apaguen sus teléfonos, la explicación se alargó con una serie de detalles que causaban por su tono inusual una cierta hilaridad en el público: “asegúrense que los teléfonos están apagados o bien ponerlos en modo avión, si no los podéis apagar pedir ayuda a la compañera o compañero de al lado que seguro estará dispuesto a ayudar”. Los espectadores cuchicheaban: “es Imanol ¿no le reconoces la voz?”.   Finalmente, Imanol pregunta al público si ya están todos los teléfonos apagados. Se hizo el oscuro y se abrió el telón del Teatro Infanta Isabel de Madrid. 

Un espacio interior gris, enladrillado, con cuatro sillas grises, dos a cada lado del escenario que se iban moviendo y colocando según las acciones que iban realizando los personajes. En lo alto de la pared frontal se proyectaban fotos que funcionaban como una ventana horizontal que determinaban los cambios de lugar: New York, Brooklyn, la casa de los Loman, la oficina de la compañía para la que trabajaba Willy Loman, la casa del vecino, Times Square o bien los hoteles donde pasaba las noches Willy durante sus viajes vendiendo medias Pantys.  Jorge Hugo Ferrari consigue con versatilidad sintetizar el diseño escenográfico y de vestuario con fuerte convención y convicción, de manera que, con el cambio de una prenda, una fotografía o la inclusión de un elemento escenográfico era suficiente para ponernos en situación. 

Llega el viajante con sus maletas desgastadas por el tiempo, llenas de ¿éxito?, aventuras y experiencias. Una mujer sale a recibir al ufano viajante que no para de hablar a toda velocidad. Sumisa con la cabeza gacha, con el pelo recogido, bata blanca y gris de esas de limpiar y andar por casa, que suelen vestir las sirvientas o el ama de llaves de casas acomodadas. Es Linda Loman la mujer de la viajante, interpretada por Cristina de Inza con la consciencia de una actriz que sabe lo que dice y lo que hace al jugar a ese prototipo de mujer a juzgar por su actitud dolorosamente servil, que da cuenta de una sociedad en la que los hombres tienen el poder y las mujeres están excluidas del mismo. Ella le quita la chaqueta, los zapatos, le limpia el chaleco, le rectifica el peinado, lo acompaña hasta la puerta. Él la ningunea, la interpela o la manda a callar según la situación en la que se encuentren y durante toda la obra ella muestra subordinación y obediencia   a pesar de los maltratos verbales. Está acostumbrada y también preocupada porque hay que pagar las facturas, la nevera, el seguro de vida. Saca una libretita pequeña con una lista para comprobar si alcanza el dinero que su marido ha ganado por las ventas y abonar las deudas, que alteran aún más a Willy -a lo Corleone– ya sea por interrumpirlo, contradecirlo o afirmar que cada vez trae menos dinero a casa. En principio una cruel y trepidante pantomima teatral llena de tonillos y lugares comunes con olor a alcanfor. 

Se suman en esta línea dos jóvenes hermanos interpretados por Andreas Muñoz y Carlos Serrano-Clark, dos chulazos de gimnasio de esos que van vestidos con guardacamisas blancas y chándal gris exhibiendo sus cuerpos, haciendo una serie de comentarios machistas muy crueles sobre la noche loca de sexo que tuvieron con dos bellezas deslumbradas por sus músculos, además de celebrar la llegada de su hermano Biff, el hijo prodigo y figura antagonista de Willy Loman. Entre risas y músculos los hermanos Loman comparten sus sueños en voz alta: casas, coches, dinero, sexo, y un enorme deseo de despellejar la Gran Manzana y comérsela sin concha. La escena se desarrolla en la misma línea de la escena anterior, acciones rápidas, automáticas, carentes de organicidad  en la que se suelta el texto a toda velocidad ¿una especie de pase de acciones y texto en el que los actores parecían que a modo de ensayo  calentaban motores o quizá  una estrategia estética del director Rubén Szuchmarcher para sentar las bases de la farsa familiar y el código del infinito bucle de la violencia estructural: la de un hombre que involucra  a toda su familia en su universo imaginario de poder y éxito, que se reduce a la creencia del varón como autoridad por encima de mujeres y hombres que están bajo su jurisdicción independientemente de su valía. 

La transformación de los personaje se va produciendo a través de las intraescenas creadas por medio de interrupciones  de las acciones en curso para presentar los hechos ocurridos en un tiempo anterior y guardan relación con lo que está sucediendo (flashback) o bien en un salto temporal hacia el futuro que se hace mediante un sueño, la imaginación o la premonición de un personaje (flashforward)  con los que  Rubén Szuchmarcher va creando un profundo proceso autorreflexivo en el que, por una parte, vemos al patriarca queriéndose comer el mundo : enérgico y cansado, valiente y temeroso, descarado y avergonzado, inocente y culpable. Por otra, trastornado por el recuerdo de un hermano que triunfa por el mundo, condenado a vivir con unos vecinos y amigos a los que desprecia, insulta y veja para sentirse superior. Uno de sus hijos (Happy) supeditado a sus quimeras y en busca de ser reconocido por su padre hasta la vil humillación, el otro (Biff), quien lo ha  sorprendido   con su amante en un hotel de carretera y ha quedado marcado  por el suceso para toda la vida. Su padre el hombre ejemplar, el inalcanzable, es un sinvergüenza.

Willy Loman por fin ha sido desenmascarado, sin embargo, no ha tenido el suficiente valor para aceptar que es un traidor, un mentiroso, un maltratador que ha arruinado literalmente a toda su familia regalando medias Pantys a las mujeres del camino para recibir sus favores. Una escena muy de vodevil que interpreta Virginia Flores con mucha gracia y desparpajo, que supone un espacio de respiro para todos los espectadores enfrentados a tanta violencia.

Al viajante ya no le quedan ases debajo de la manga, incluso en la situación más límite de su decadencia económica, prefiere rechazar la única oferta de trabajo que alguien por venganza o misericordia le ha hecho, por considerar a esa persona, muy por debajo de su nivel, un idiota de toda la vida. Sin embargo, Willy Loman como una rata de alcantarilla se embolsilla la calderilla que el idiota de toda la vida le deja para poder pagar su seguro de vida. Miguel Uribe en su doble rol de Charlie y Howard que interpreta a los idiotas despreciables, simplemente fantástico.

En todo caso, y bajo ningún concepto el patriarca puede encarar la verdad ni ante sus hijos, que ya son unos hombres, ni ante su mujer que no puede pagar las facturas a causa de sus gastos extras, ni ante la comunidad cansada de sus desprecios y delirios.  En escena se va construyendo la decadencia de una sociedad que  se traiciona a sí misma bajo el mandato patriarcal disfrazado de un futuro lleno de sueños y posibilidades en la que los actores como en un partido de rugby, encerrados en la cárcel de ladrillos grises delicadamente iluminada por Felipe Ramos sobresalen detalles de los aspectos psíquicos de los personajes reflejados a través de las sombras. Como decía, los actores se van pasando el balón consciente de ser un equipo, y a pesar de que Imanol Arias en su rol de Willy Loman, es el indudable protagonista del drama, se deja arropar, ayudar por sus compañeros, cogiendo el balón y lanzándolo como uno más, y así mismo encarando con decisión y humildad segundo a segundo el drama milleriano versionado con destreza por Natalio Grueso. Willy Loman, no es capaz de dar el giro y se iguala a uno de esos productos o medias pantys que dejan de servir intencionalmente en un tiempo determinado y se suicida. 

En el monologo final de Linda Loman, la esclava, la sumisa, la abnegada, la engañada, la maltratada, la cosificada, ahora, ante la tumba de su marido confiesa que no puede llorar y grita: ¡Somos libres! ¡Somos libres! porque había conseguido pagar las facturas que la libraban de la esclavitud de las deudas. Sin embargo, y qué duda cabe, tratándose de Miller no podemos ser tan ingenuos, en realidad la mujer no puede llorar porque no es su marido el que ha muerto, ha muerto el patriarcado, simbolizado en el personaje de Willy Loman. Nace la pregunta: ¿Ser mayores, hacernos viejos nos eximen de nuestras acciones, de nuestras decisiones, sean las que sean solo por llegar al final?

En pleno auge de los aplausos, Imanol interrumpe y pide la palabra para reivindicar ante el público la necesidad de cambiar las actuales condiciones laborales de los actores y promete a los más jóvenes seguir luchando por ese cambio. Hubo un momento en el que se mezcló la realidad con la ficción: ¿Era Imanol o Willy el que prometía a los jóvenes seguir luchando por un futuro mejor? 

Ficha técnica. Texto: Arthur Miller / Versión: Natalio Grueso / Director: Rubén Szuchmarcher / Intérpretes: Imanol Arias, Andreas Muñoz, Miguel Uribe, Fran Calvo, Cristina de Inza, Virginia Flores, Carlos Serrano-Clark / Escenografía y vestuario: Jorge Hugo Ferrari / Iluminación: Felipe Ramos / Sonido: Bárbara Togander / Producción: Okapi / Fotos: Okapi Producciones

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