NO. NADA. QUE. : la poesía del cuerpo doliente

Críticas, España

Por Tiago P. Barrachina (Universitat de València) / 24 de noviembre de 2023

Hace no mucho asistí a la presentación de un libro donde, entre otras muchas, una voz se levantó preguntando dónde quedaba la poesía en la escena de hoy. Es cierto que el teatro contemporáneo ha desautorizado el texto como eje principal de su entramado de signos, pero quiero pensar que la poesía sigue aquí, solo que materializada por otros canales. Prueba de ello es No. Nada. Que., propuesta mediante la cual Álvaro Octavio Moliner se adentra en el universo de Alejandra Pizarnik y Francesca Woodman, escritora y fotógrafa respectivamente. Cabría esperar una reconstrucción biográfica de ambas, entender los puentes que las unen; y, no obstante, el espectador asiste a la galvanización de los mundos estéticos de las artistas. ¿Tiene el espectador que conocer la obra de Pizarnik y Woodman para disfrutar de la obra? En absoluto, pero es indudable que tras la función no tardará en sentir curiosidad.

Cuando el acomodador abrió la puerta de la sala una bocanada de vapor blanquecino se arrastraba alejándose de su origen. Mientras que los espectadores incursionábamos el patio de butacas a oscuras, el escenario parecía inmutable. Se construye un mundo de misterio que, conforme avanza la función, traspasa al terreno del horror. Diferentes haces de luz atraviesan la niebla, dibujando la silueta de una silla a la izquierda del escenario. Cerca de esta, una jaula de pájaros desciende desde lo alto. Al fondo a la derecha dos paredes de papel pintado y un suelo de baldosas delimitan un rincón ajado, abandonado, tan herido como lo está el papel de las paredes. Dos espacios diferentes que transpiran poéticas semejantes durante la consecución de secuencias posteriores.

No se puede pensar la obra desde la comprensión narrativa, sino que se ha de recibir del mismo modo que se lee a Kafka o se disfruta de Frida Kahlo, con los sentidos y el corazón, no con la cabeza. La iluminación con sus titileos y el constante zumbido que susurra en los oídos le dan a uno la sensación de encontrarse en una extraña cueva donde todo podría pasar. Sin embargo, la sensación de que el tiempo se ha detenido es tan aplastante que todas y cada una de las acciones que realizan las actrices tienen una cualidad especial. Gracias a ellas se explora el concepto de la identidad a través del trabajo con la máscara. Decía el equipo artístico en el coloquio posterior que las caras eclipsan todo lo demás cuando estas se muestran. El poder expresivo del rostro es indudable, ¿pero qué sucede con las máscaras en cuya deformidad se intuye la humanidad que nos ponen los pelos de punta? Debajo de la máscara de una actriz, otra máscara y debajo de esta otra más, y otra más, sonrientes, rabiosas, perturbadoras. Ojos que, sin serlo, miran más allá de su pequeño rincón de la historia, de su diminuta jaula de pájaros. Mientras una de las actrices contempla alguien se retuerce al otro lado de la escena, en el recodo ya mencionado, cuerpo que duele y que grita sin voz, porque los cuerpos no hablan, pero gritan. No diría que se trata de butoh, pero sin duda el referente está claro. Torsiones, articulaciones que parecen romperse, dedos prolongados hasta el infinito que resuelven en extraños giros y súbitas miradas al abismo de un rostro de arcilla. Se tratan de dos cuerpos separados en el espacio, pero en su propia celda, ecosistema que se rompe cuando estos se miran y se escuchan. Durante casi toda la propuesta parecen ajenos el uno al otro, unidos más por el discurso expresivo que rodea el hecho escénico que por una relación directa. Es por esto que cuando se encuentran se genera un nivel de tensión tan alto, extendiendo el momento que hay cuando miras al abismo desde lo alto de un precipicio.

Es confusa, vibrante y poética. Se asoma al sufrimiento a través de un golpe sensorial tan potente que el espectador no puede sino contemplar para entender o sentir qué es lo que está sucediendo. También para un público neófito, el cual considero está especialmente cuidado. Ya no solo por la extensión de una hora de función (es indudable que las formas no representativas que se alejan del teatro mimético imponen un cierto obstáculo para cierto sector del patio de butacas), sino porque lejos de generar rechazo despierta una curiosidad en el que observa. Tal vez sea por el gran trabajo del espacio sonoro, que sin saber si te arropa o te ataca, cabalga hacia un perturbador lugar capaz de generar imágenes esperpénticas, donde los ángeles tienen alas de papel pintado.

«El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma», decía Arthur Miller. No. Nada. Que. que indaga en la naturaleza de lo grotesco para confrontarnos con nuestras propias bestias, tampoco.

No. Nada. Que., en el Teatro Círculo, València. Jueves 23, viernes 24, sábado 25 y domingo 26 de noviembre de 2023

Ficha artística. Dirección y autoría: Álvaro Octavio Moliner / Intérpretes: Sara Santes y Ana Lola Cosín / Diseño de iluminación: Iván Arbildua / Espacio sonoro: Vir Roig / Escenografía: NNQ / Imagen: Nuro Visuales / En colaboración con el Teatro Círculo.

Deja una respuesta