UNA ALTRA PERSONA: del impresionismo escénico

Críticas, España

Por Tiago P. Barrachina (Universitat de València) / 3 de octubre de 2024

Eres creador escénico, abres el ordenador y te pones a buscar convocatorias de residencias, ayudas y subvenciones. Encuentras varias que podrían encajar con tu proyecto y, tras revisar tus cuadernos, comienzas a diseñar un dosier con la fútil esperanza de recibir un correo felicitándote y dándote trabajo. No obstante, en cuanto tus dedos se deslizan por el teclado del ordenador te descubres a ti mismo hablando de complejos espacios sonoros, dispositivos escénicos que jueguen con la luz, hibridaciones complejas con otras disciplinas y grandilocuentes escenografías. Entonces te detienes y te das cuenta de que la dictadura de lo visual ha llegado incluso a las yemas de tus manos. Y aun reconociendo la pertinencia de la investigación con otros lenguajes escénicos, propuestas tan sencillamente puras como Una altra persona nos recuerdan que, en ocasiones, se trata de concentrar las cosas, no de engrandecerlas.

Una altra persona es una pieza de teatro textual centrada en el periplo interno de la protagonista al cuidar de su anciano padre que ya no puede valerse por sí mismo. El conflicto reside en que, durante toda su infancia, la protagonista y su madre fueron víctimas de violencia física y psicológica por parte de su padre y marido. Así, durante los 75 minutos de función, se navega por el pasado, el presente y el futuro de los personajes y sus relaciones familiares. La encargada de sostener dicha premisa es la actriz Beatriz Fariza, sobre la que recae tamaña misión. Por supuesto no está sola, sino que Nef Hernández interpreta el papel del padre. La obra, que originalmente fue concebida como un monólogo, trabaja no solo con el texto como principal signo escénico, sino que en determinadas secuencias, usualmente de otro tiempo, se acerca hacia lo simbólico, hacia lo sensible. Es por ello que el espacio escénico no precisa de más de lo que plantea, una silla de ruedas, una alfombra, un par de sillas, una mesita y algún que otro objeto que nos transportará a diferentes habitáculos de la casa donde sucede la pieza. Tal vez sea este acercamiento íntimo, casi desnudo a la historia, lo que permite conectar con el recorrido emocional de la protagonista. No hay distracciones ni demasiados estímulos, lo que permite recoger lo que la actriz siembra sin obstáculos.

Claro está, para sostener un trabajo como este, deben los intérpretes estar bien preparados para ello y es curioso, porque, al menos las salas de la ciudad de Valencia, tienen, usualmente, los escenarios ocupados por adultos y, alguna que otra vez, jóvenes. Huelga decir que, con el paso de los años se producen determinados cambios, y la formación de actores y actrices no está exenta de estos. Beatriz Fariza ha sabido recoger el arte del buen decir (ese que tal vez se está perdiendo, o si no que se lo digan a Netflix), pero mostrando una capacidad expresiva digna de elogio. Ella, junto a la selección musical, hace que las escenas sean ciertamente emotivas, más que emotivas, tiernas, me atrevería a decir. Esto no implica que la obra sea inocente. Nada más lejos de la realidad, pues se hace patente la violencia como elemento estructural del hogar familiar de la protagonista. Un hogar, por otro lado, que presenta constantes referencias pictóricas a Renoir, aquel pintor del siglo xix que practicó el impresionismo en una serie de pinturas que poseen un costumbrismo latente. 

Eres creador escénico, abres el ordenador y te pones a buscar convocatorias de residencias, ayudas y subvenciones. Encuentras varias que podrían encajar con tu proyecto y, tras revisar tus cuadernos, comienzas a diseñar un dosier con la fútil esperanza de recibir un correo felicitándote y dándote trabajo. No obstante, en cuanto tus dedos se deslizan por el teclado del ordenador te descubres a ti mismo hablando de complejos espacios sonoros, dispositivos escénicos que jueguen con la luz, hibridaciones complejas con otras disciplinas y grandilocuentes escenografías. Entonces te detienes y te das cuenta de que la dictadura de lo visual ha llegado incluso a las yemas de tus manos. Y aun reconociendo la pertinencia de la investigación con otros lenguajes escénicos, propuestas tan sencillamente puras como Una altra persona nos recuerdan que, en ocasiones, se trata de concentrar las cosas, no de engrandecerlas.

Una altra persona es una pieza de teatro textual centrada en el periplo interno de la protagonista al cuidar de su anciano padre que ya no puede valerse por sí mismo. El conflicto reside en que, durante toda su infancia, la protagonista y su madre fueron víctimas de violencia física y psicológica por parte de su padre y marido. Así, durante los 75 minutos de función, se navega por el pasado, el presente y el futuro de los personajes y sus relaciones familiares. La encargada de sostener dicha premisa es la actriz Beatriz Fariza, sobre la que recae tamaña misión. Por supuesto no está sola, sino que Nef Hernández interpreta el papel del padre. La obra, que originalmente fue concebida como un monólogo, trabaja no solo con el texto como principal signo escénico, sino que en determinadas secuencias, usualmente de otro tiempo, se acerca hacia lo simbólico, hacia lo sensible. Es por ello que el espacio escénico no precisa de más de lo que plantea, una silla de ruedas, una alfombra, un par de sillas, una mesita y algún que otro objeto que nos transportará a diferentes habitáculos de la casa donde sucede la pieza. Tal vez sea este acercamiento íntimo, casi desnudo a la historia, lo que permite conectar con el recorrido emocional de la protagonista. No hay distracciones ni demasiados estímulos, lo que permite recoger lo que la actriz siembra sin obstáculos.

Claro está, para sostener un trabajo como este, deben los intérpretes estar bien preparados para ello y es curioso, porque, al menos las salas de la ciudad de Valencia, tienen, usualmente, los escenarios ocupados por adultos y, alguna que otra vez, jóvenes. Huelga decir que, con el paso de los años se producen determinados cambios, y la formación de actores y actrices no está exenta de estos. Beatriz Fariza ha sabido recoger el arte del buen decir (ese que tal vez se está perdiendo, o si no que se lo digan a Netflix), pero mostrando una capacidad expresiva digna de elogio. Ella, junto a la selección musical, hace que las escenas sean ciertamente emotivas, más que emotivas, tiernas, me atrevería a decir. Esto no implica que la obra sea inocente. Nada más lejos de la realidad, pues se hace patente la violencia como elemento estructural del hogar familiar de la protagonista. Un hogar, por otro lado, que presenta constantes referencias pictóricas a Renoir, aquel pintor del siglo xix que practicó el impresionismo en una serie de pinturas que poseen un costumbrismo latente. 

Tal vez Una altra persona, es como El almuerzo de los remeros del nombrado Renoir, una vez comienzas a observarla, no puedes detenerte porque posee algo de cautivador.

Una altra persona en el Teatro Círculo de Benimaclet, Valencia. Del 3 al 13 de octubre de 2024.

Ficha artística. Autoría: Irene Klein Fariza // Dirección, dramaturgia y espacio escénico: Creu Hernández // Ayudante de dirección: Juana Ardoy // Interpretación: Beatriz Fariza y Nef Hernández // Iluminación: Nef Hernández.

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