ASESINATO Y ADOLESCENCIA: bucle ininterrumpido de violencia estructural

España, Reseñas

Por María Gray (Universidad Internacional de La Rioja) / 16 de noviembre de 2023

Érase una vez una niña, un niño, hambrientos o sobrealimentados, amenazados por el frío o por el  exceso de confort, maltratados o superprotegidos, confiados o con miedo, descarados o  avergonzados, perseguidos, sobresaltados, ansiosos, inquietos, solos, desajustados, bajo sospecha, despreciados, ninguneados o quizá estigmatizados por una frase dilapidadora que resuena en sus cabezas como un mandato, un recuerdo, una pulsión, un momento de fragilidad, caos, confusión, despojados de su propio criterio y fuera de control.

En el escenario de la Sala Max Aub del Matadero (Nave 10), un muro  de proyecciones  angustiosas, una  vídeo creación de Miquel Ángel Raió y diseño de sonido de Enrique Mingo, imágenes y sonidos  de personas, objetos, situaciones de conflicto emocional, colores fluorescentes, pensamientos, deseos, risas, noticias, disparos, confesiones. Un muro de introyecciones que, como en una pesadilla, se superponen de manera inconsciente y a una velocidad endiabladamente confusa que dificulta distinguir la realidad de la ficción. En el mismo muro, una  puerta, conformando el espacio escénico diseñado por Beatriz San Juan, también a cargo del vestuario. Una puerta clandestina oculta todo tipo de secretos y prohibiciones y por la que sale y entra un hombre, una sombra, un esperpento, una desilusión, un monstruo que vaga por la oscuridad vestido de negro de pies a cabeza, con jersey de cuello alto, pantalones de pinzas, gabardina y sombrero, un Jesús Barranco que sorprende en un registro actoral poco frecuente en su trabajo, más cercano a la comedia de personajes más brillantes y luminosos.

El actor se  pone en los zapatos de un asesino que juega a no serlo, una especie de anti-asesino que se sorprende ante el espejo distorsionado de su  existencia. Un trabajo delicado que se desmarca de la representación y la búsqueda de resultados, un trabajo más cercano a un proceso de autorreflexión poética divergente sobre el “ser o no ser” de ese «¿ser humano?» que Barranco lleva más allá de la forma en el aquí y ahora de su creación. Un proceso intenso de interacción  con todos los elementos escénicos y, en especial, con el personaje arquetípico de la adolescente rebelde de belleza oscura y disidente que aparece en escena con vaqueros cortos y desgarrados de tiro alto, empinándose una botella de ron como si no hubiese un mañana, llena de tatuajes en los brazos, cadenas en el cuello y  un par de chonguitos estilo japonés que le aportan un toque de terror infantil. Otra de las escenas que dan cuenta de la problemática de la adolescente aparece en el momento en el que, de piernas abiertas y cúter en mano, se autolesiona la entrepierna y antebrazo en el regazo de un enorme oso de peluche rosa con el que calma su ansiedad y libera su dolor, interpretado por Lucía Juárez: un trabajo de principio a fin con inspiración y vitalidad. 

El dúo Barranco-Juárez fluye en escena al ritmo de  la música y el espacio sonoro creado por Nick Powell que consigue un juego perverso de   atracción y rechazo que se completa con la luces y sombras del diseño claroscuro de Valentín Álvarez. La estética expresionista de películas como  M El vampiro de Dusseldorf sobre el asesino en serie Peter Kürten, la distopía de Metrópolis o la obsesión erótica, engaños y crueldades de Perversidad funciona como un leitmotiv que se desarrolla en toda la obra, mientras se alternan testimonios ficticios, como el de Rosita, y reales, como los de Conchi Albiña, Lucas Alcázar, Mari Carme Chiachio, Valentina Lima, Álvaro Ramírez, Bruna Pérez, Julen Gadi Katzy, Miguel Moya, Bruna Lucadamo, Pedro Vega, Miriam Pérez y Alfredo Domínguez, producto de la investigación de campo que durante un año hicieron Lima y San Juan a través del teatro con adolescentes en situaciones diversas de violencia. Un documental “intramuros” que, más allá de la ficción, denuncia el bucle ininterrumpido de violencia estructural en el viven miles de adolescentes desde que se levantan hasta que se acuestan, aquí y allende los mares. ¿Quién para el juego? ¿Cómo termina la oscuridad de esa construcción social? ¿Quién enciende la luz?   

Jesús Barranco nos confesó que en principio él no quería hacer Asesinato y adolescencia porque sentía una carga de violencia y oscuridad  que no sabía si podría defender, acostumbrado a trabajar otros registros, “pero Andrés y  Alberto querían trabajar desde la fragilidad y la luz que como actor podía aportar al personaje, porque ellos querían posicionarse desde todo lo contrario a lo que es un supuesto asesino y desde ahí trabajé, desde la ilusión, desde la  soledad, incluso desde la bondad, la  generosidad. Cuando yo le digo a Lucía, me estás ayudando, se lo digo de verdad, porque  hay una persona que quiere estar conmigo: desde ahí encaré la violencia. Por eso, para mí es muy importante el final del espectáculo porque cuando me acerco a ella y la acaricio, me pregunto, como personaje y como yo mismo, hasta qué punto el personaje la mataría o hasta qué punto lo haría yo.  De hecho, hay días en que salgo de escena diciendo, hoy la maté. Otros días salgo diciendo, hoy no la maté”. 

Brillante, el  delirante en soledad  que,  con  cuchillo en mano y delantal de faralaos, ejecuta Barranco, muy a lo Nosferatu, fusionando casi todo tipo de géneros narrativos, poéticos y dramáticos en un solo de violencia doméstica de alta tensión e ironía en el que se debate entre matar o no matar, todo un espectáculo que  libera la risa de los espectadores e incluso desata algunas carcajadas  en el patio de butacas: simplemente genial. Y es que Lima y San Juan deliberadamente proponen a los espectadores ponerse en los zapatos del asesino y que sean ellos los que decidan matar o no matar.  Asesinato y adolescencia, una dramaturgia desde la dirección, una dirección desde la dramaturgia en la que es difícil distinguir la una de la otra. Un teatro comprometido con la historia, la sociedad y el lenguaje artístico que nos recuerda los orígenes de una  generación de creadores teatrales que llegaron  tiempo atrás, poniéndose el menos es más por montera, más allá de los circuitos comerciales y el teatro a la italiana.

FICHA ARTÍSTICA

De Alberto San Juan. Dirección Andrés Lima. Con Jesús Barranco y Lucía Juárez. Coro de adolescentes Conchi Albiña, Lucas Alcázar, Mari Carme Chiachio, Valentina Lima, Álvaro Ramírez, Bruna Pérez, Julen Gadi Katzy, Miguel Moya, Bruna Lucadamo, Pedro Vega, Miriam Pérez y Alfredo Domínguez. Diseño de espacio escénico y vestuario: Beatriz San Juan. Diseño de iluminación: Valentín Álvarez. Música y espacio sonoro: Nick Powell. Diseño de sonido: Enrique Mingo. Videocreación: Miquel Àngel Raió. Producción Checkin Producciones: Joseba Gil. Ayudante de dirección: Laura Ortega. Residente ayudantía de dirección Teatro Español: Cristina Simón. Una producción de Checkin Producciones y Teatro Español.

https://www.teatroespanol.es/asesinato-y-adolescencia

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