El Covid en el Teatro: ¿y ahora qué? Entrevista a Juan Pastor

Entrevistas
Juan Pastor ensayando

Entrevista por J. Eguía Armenteros (Università degli Studi di Padova)

Juan Pastor (Alicante, 1943), director y actor teatral, discípulo de William Layton, en su larga trayectoria ha dejado una importante huella en las artes escénicas españolas, sobre todo por su paso como profesor de interpretación en la RESAD de 1987 hasta 2006, formando a un gran número de artistas teatrales. A ello se le suma la fundación en 2003 del Teatro Guindalera, una compañía con espacio escénico propio que hasta 2020 (un par de meses antes del COVID) insufló un estilo artístico propio, además de esperanza a la posibilidad de que en España se pudieran construir compañías con sala propia que trabajaran de manera estable y que ante la obligada novedad constante de la sociedad de consumo, persiguieran un repertorio. Actualmente, la Compañía Guindalera está reponiendo parte de ese repertorio en los Teatros del Canal de Madrid. 

Partiendo de que el teatro es una actividad comunicativa física presencial, durante esta pandemia se han creado producciones teatrales online que han ido desde la mera representación televisada (la mayoría) hasta construcciones performativas específicamente creadas para el universo social media y que ya han abierto una brecha incluso para futuras tesis doctorales. Algo similar podría decirse respecto al combate entre las plataformas online y las salas de cine en proceso de extinción aparente. Pensando en el Shakespeare pandémico encerrado en su apartamento de Londres mientras escribía tragedias o en el teatro de guerra en pleno frente, ¿en qué medida cree que esta pandemia Covid ha afectado, afecta y afectara a los procesos de creación, la relación espectáculo—público y la distribución? Y le pregunto no en referencia a Madrid que es la única capital de Occidente que ha seguido y sigue con las salas abiertas, sino en términos amplios. 

En cuanto a la exhibición de los espectáculos, puede ser que yo sea una excepción o simplemente que  tenga  una falsa sensación extraña, pero creo que en estos momentos los teatros en Madrid están llenando, llenando de cualquier manera. La gente responde más que nunca a la llamada de la cartelera. Puede ser que consideren que son sitios seguros, o que simplemente no tienen otros lugares a los que acudir. Puede ser que, como funcionan con un aforo del cincuenta por ciento sea más fácil llenar, eso es más acertado, o que la gente busque consuelo, refugio o simplemente la paz espiritual. Es lógico pensar que en estos momentos de pandemia y aislamiento social lo importante sea recordar la función sanadora del teatro que es uno de los pocos espacios donde la gente se encuentra, se comunica y respira libremente como seres humanos que son. Habría que reflexionar sobre ello. Creo que es importante. Por otro lado, la auténtica realidad es dura. Los procesos de ensayos son un desastre. Se ensaya con cierta urgencia, de medio lado, de cualquier manera y no se ven propuestas interesantes. La precariedad es cada vez mayor y los responsables políticos amplían las restricciones y parecen demasiado ocupados en otras cuestiones. Las compañías, más que disfrutar el proceso creativo, lo padecen con la urgencia de estrenar como sea en esta terrible crisis que arrastra la pandemia con todo tipo de limitaciones. La dignidad de la profesión teatral persiste bajo mínimos y el ejercicio de las artes escénicas es un imposible. Lo único que importa es estrenar como sea. El raquítico sistema teatral español hace aguas por todos lados. La gente de la profesión teatral intenta simplemente sobrevivir haciendo “bolos” y no existe una auténtica relación entre creadores y público. Solo los centros oficiales ofrecen limosnas a los elegidos y los únicos que mantienen un nivel laboral mínimo son los gestores, programadores y mediadores, que además son los que cortan el bacalao. Las pocas compañías estables que existían están desapareciendo y la posibilidad de trabajar para un teatro estable es del todo utópica: imposible hablar de teatro repertorio. Dado mi enfado, prefiero expresarme a través de palabras ajenas, como las de Manuel Vieitez en el último número de la revista de ADE: “Reclamamos de la clase gobernante una política teatral que tenga como finalidad última el pleno desarrollo del sistema teatral, en plena convergencia con los países teatralmente más avanzados y desarrollados de Europa. Eso que lleva años funcionando en otros países con notables resultados. Ningún teatro sin compañía, ninguna compañía sin teatro”.

Si bien es obvio que es política gran parte de la responsabilidad de que las artes escénicas españolas no conformen el tejido de la propia sociedad, al igual que en otros países europeos y Canadá, ¿en qué medida el mundo escénico español, los mismos profesionales del teatro, han fallado en sus estrategias para lograr un tejido teatral y un público, tanto en número como en interés y perspectiva artística, que se asemeje al de otros países europeos? 

En cuanto a nuestra responsabilidad como creadores… Creo que el verdadero problema español es el de la educación. La auténtica educación. ¿Por qué el teatro no interesa a nuestra población? Porque en el fondo no interesa. Una sociedad puede vivir perfectamente sin teatros cientos de años. Claro que será una sociedad enferma. La cuestión es la de responder: ¿Quiere ser sanada? Yo creo que nuestra profesión por mucho que lo desee y lo intente no podrá hacer nada si no existe una demanda previa. Si no demanda resultados artísticos a nivel de sus auténticas necesidades, si su nivel educativo no se lo demanda, no tenemos nada que hacer. Nos consolaremos con el cine y la televisión. Nuestra profesión hace lo que puede que no es mucho. Bastante tiene con sobrevivir. Quizá ha llegado el momento de plantearse si merece la pena. No sé si estás respuestas merecen ser publicadas, pero son la respuesta a una hartura de lo que nos rodea. Quizás más relajados y con tiempo sin esa tremenda incertidumbre que nos golpea, se pudiera debatir mejor dónde está el problema, pero mientras tanto, y a pesar de todo ,seguiremos con el juego escénico porque está en nuestra naturaleza.

Me consta que al menos hace años usted vivió una batalla interna entre lo que recibió de William Layton, un proceso de formación actoral, y lo que fue su aportación y apoyo a la valoración de la enseñanza del Arte Dramático como estudios universitarios. Históricamente, la formación actoral ha sido una transmisión artesanal, un entrenamiento de largo recorrido en el que al actor va asimilando una técnica concreta y no asignaturas temáticas por créditos. Son obvias las razones por las que se persiguió (usted entre ellos) que las escuelas de Arte Dramático en España lograran un valor académico universitario, algo que sin duda las han alejado del “proceso”. ¿En qué medida eso ha supuesto, supone y supondrá obligatoriamente un perjuicio en la calidad artística? Y otra pregunta que inevitablemente va enlazada con la anterior: ¿qué consejo le daría a esa persona que con 17 o 18 años quisiera dedicarse al teatro en España?

No sé si puedo contestarte a esas preguntas. No porque no quiera, si no porque posiblemente ni siquiera lo sé. De todas formas creo que habría que diferenciar escuelas que dieran un título universitario o equivalente a todos los efectos al título de Licenciado Universitario y escuelas profesionales centradas en el aprendizaje de habilidades necesarias de la profesión o técnicas imprescindibles para su práctica. Por ejemplo, un joven que quiera convertirse en un buen actor necesita desarrollar sus habilidades expresivas y el dominio de una técnica que más adelante le permita volar utilizando su talento, su instinto y capacidades artísticas. Otra cosa distinta es la enseñanza que estimula el crecimiento a través de las materias estudiadas y que no necesariamente tienen que ver con el desarrollo de la personalidad individual del estudiante. Se puede ser un erudito o pedagogo excepcional, pero el artista escénico (sobre todo en el actor que usa su cuerpo física y psíquicamente) tiene como verdadera materia su personalidad individual que está en él y tiene que descubrirla porque ya está en uno mismo, aunque luego deba desarrollar sus capacidades a través de un constante entrenamiento. Eso choca con la actividad universitaria, por lo menos en España. De todas formas, es verdad que la universidad podría aportar al teatro valores alejados de la competición comercial o el simple negocio sobre todo si insistiera en valores intelectuales, interesándose más por interpretar la vida y menos por ganar dinero.

¿En qué medida ve factible en España que las nuevas generaciones de profesionales del teatro emprendan proyectos como el que fuera la Guindalera original? 

Yo creo que nuestro país necesita centros de creación y exhibición teatral que busquen la independencia, la dignidad artística, técnica y laboral, así como el equilibrio entre la elección de la materia de sus producciones y la demanda de su público con el deseo de una renovación constante y la búsqueda de temas que hablen de la condición humana, planteen nuevos interrogantes sobre del ser humano en el universo pero teniendo en cuenta lo que demanda su sociedad. Centros dirigidos por compañías que controlen sus medios de producción para hacer su trabajo y a la vez se exijan dar el resultado demandado por su entorno, como auténticos centros de servicio público que deberían ser. Deberían ser capaces de crear, en su trabajo, una personalidad genuina, ofreciendo un estilo propio con una gran dimensión artística.  

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