Degustando teatro en diversos platos: diario de una espectadora (de Teatro en Movimiento Callejerx a La lámpara maravillosa)

España, Reseñas

Alba Saura Clares (Universitat Autonoma de Barcelona, España)

Hace un año, un 14 de marzo de 2020, en España se decretaba el Estado de alarma y una serie de medidas que se resumían en la necesidad de que nos quedáramos en casa, sin ningún tipo de contacto social, para hacer frente a un contexto de completa excepción e incertidumbre para la sociedad actual. El jueves 12 de marzo asistía, siendo ya consciente de ello por las incipientes medidas que nos empezaban a sacudir, a la que sería por mucho tiempo la última representación teatral (o al menos así lo creía). En un café-teatro que tiene aún el aroma nostálgico de su pasado, el Llantiol Teatre, un pequeño número de personas privilegiadas asistíamos a la representación de Ramón, Ramón, del colectivo chileno grupo Rakún y Expo. Factoría escénica de Teatro en Movimiento Callejerx, compañía chileno-catalana, en el contexto del XI Festival MUTIS que dejaba a medias su desarrollo en la Barcelona recién asolada por la pandemia. Así, el sábado 14 de marzo llegó en España el encierro, el hogar, aguantar para cuidar a los demás, la tragedia diaria, la preocupación absoluta, la espera. 

Las gentes de la cultura, como tantas otras profesiones, se volcaron por el bien común y ofrecieron su arte a la ciudadanía. Así, junto a la televisión como entretenimiento, marcada por su característico anonimato, comenzaron a florecer espacios de encuentro que nos hicieran sentirnos no solo acompañados, sino en comunidad. Así transcurrían los directos en redes sociales con músicos o la entrega de material audiovisual por parte de los teatristas, para acompañar a la sociedad en este incierto tiempo. 

En el ámbito teatral, en un primer momento, se abrió la posibilidad de acceder a las puestas en escena de obras que nos quedan demasiado lejanas por la geografía. En mi caso, acompañaba al visionado de obras de compañías españolas con la intensa programación de la sala Timbre 4 de Buenos Aires o las puestas en escena de Cheek by Jowl. Estas experiencias de teatro grabado, para una consumidora teatral como yo, eran pequeñas fugas de escape, pero en ocasiones no conseguían que generaran en mí el espacio de acontecimiento social y cultural que provoca asistir al teatro. En estas mismas semanas, la Schaubühne de Berlín sacaba su programación virtual a la que se sumaba un elemento distintivo como aliciente: un horario determinado de exhibición. La obra solo podía verse durante un tiempo y se acababa. Era irrepetible. Comenzaba así a construirse una parte del acontecimiento que el teatro convoca. Unos minutos antes de comenzar Ein Volksfeind (Un enemigo del pueblo), dirigida por Thomas Ostermeier, ya estaba sentada ante el ordenador, expectante. Entonces, Stefan Stern (Dr. Stockmann) y Eva Meckbach (Frau Stockmann) empiezan a interpretar “Crazy” de Gnarls Barkley. Me retrotraje a la visión de mí misma sentada años atrás en aquellas butacas de Berlín. Había algo sumamente atrayente en aquella convocatoria de teatro grabado, algo del elemento vivo, de lo que ocurre solo en ese instante, que se sumaba como aliciente a la experiencia poética de la propuesta. 

Y, así, la inmediatez de la vida contemporánea pronto generó más respuestas desde la escena y se inició un campo sumamente rico de experimentación escénica en aquello que aún nos cuesta nombrar y para lo que yo escogeré, entre otros términos, «teatro virtual». Un 24 de abril me conectaba a través de la plataforma Zoom para adentrarme en un nuevo espacio escénico, tan desconocido para mí como para las compañías y salas que en este tiempo se han adentrado en él. Una nueva forma de creación y experimentación escénica que, a través de lo virtual, nos conectaba para vivir un acontecimiento teatral. No pretenden estas páginas ser un espacio de debate y reflexión, otros habrá para ello, sobre si esta experiencia debe ajustarse a otra categoría, si se pervierte o no el sentido de lo teatral, si estamos pinchando en la llaga de su esencia o estamos ante otro ejemplo del hibridismo tan propio y rico de nuestro tiempo. Los límites de lo escénico se expanden cada día más, también ahora y ante una necesidad imperiosa: la de que el teatro continuase en tiempos de pandemia, de que los creadores pervivieran en la era del COVID. 

La primera experiencia que viví fue a través de la Abadía Confinada (Teatro de la Abadía de Madrid), quien nos congregaba en un espacio virtual en el que se respiraba el encuentro teatral. Si pensamos en la definición ontológica del teatro por parte de Dubatti, se generaba un convivio, un encuentro comunitario; los cuerpos tras la pantalla y los cuerpos presentes del público compartían un mismo tiempo y espacio, en una experiencia distinta, con una nueva mediación a través del dispositivo, pero en vivo y compartida. Antes incluso, había una llegada “al teatro”, había charla con el público, eras recibida por una acomodadora/regidora. Sonaba incluso, para evocar aún más la nostalgia, una campanita que anunciaba el inicio de la representación. 

Jugando ahora con mi memoria, y sin ánimo de ser exhaustiva, recorro a un año vista las experiencias teatrales-virtuales vividas. No me refiero a aquellas de teatro grabado, sino a las que entraban a formar parte de este nuevo medio de expresión escénico, de teatro en la virtualidad. 

Visita guiada a una sesión de BDSM Nº26

La primera de ellas fue Visita guiada a una sesión de BDSM nº26 de Manuel Bonillo, producción del Laboratorio de Acción Escénica Vladimir Tzekov, donde los espectadores participábamos de una experiencia cargada de erotismo escénico a través de las pantallas; le seguiría el viaje de Tras los pasos de Augusto Madeira Méndez de Los Bárbaros, que nos guiaba como detectives, entre pequeños objetos, por un proceso de búsqueda y creación compartida con la compañía; la Estación espacial, donde Álex Peña, Alberto Cortés y Rosa Romero nos invitaban a su propia divagación estética durante el tiempo pandémico; la bella invitación a viajar hasta el Mar Menor en Ronem Ram del murciano Jesús Nieto, ficcionalizando el encuentro con un mar perdido en la especulación inmobiliaria y la sobreexplotación ambiental o, en los últimos meses, la intensa espera junto a Telémaco: el que lucha a distancia (un hijo de Grecia) de Luis Sorolla, Carlos Tuñón y Gon Ramos. De las experiencias del tiempo confinado, finaliza mi recuerdo con la feliz visión de Delicuescente Eva, una propuesta de Grumelot, escrita por Javier Lara y dirigida por Carlota Gaviño, donde el montaje escénico en el propio teatro se retransmitía en directo a través de diferentes cámaras, ahora por la plataforma YouTube. 

En otro espacio geográfico, el Teatre Lliure en Barcelona lanzaba propuestas de lecturas dramatizadas virtuales como El segon principi de Mercè Sarrias y Miguel Casamayor o, a partir de septiembre, regresó al radioteatro (Teatre Radiofònic), donde ha recogido propuestas tan interesantes y de textos tan excelentes como Los Satélite de Ricard Gázquez; a su vez, realiza grabaciones de alto cuidado técnico de algunos de sus espectáculos para vencer a las medidas sociosanitarias de cada momento o acceder a los espectadores que no pueden acudir a la sala. Así se pueden visualizar grandes montajes que este año nos deja el Lliure y que los aforos reducidos han mermado, como El quadern daurat, de Doris Lessing, con dirección y dramaturgia de Carlota Subiròs, o Les tres germanes, de Antón Chéjov, con dirección de Julio Manrique. 

En este tiempo, desde abril y a lo largo de 2020, también pude participar de esta experimentación, de este riesgo, en el proyecto de teatro virtual de la compañía murciana Alquibla Teatro que, bajo el lema de “Rumbo a lo mejor”, presentó hasta cinco propuestas escénicas a través de Zoom con dramaturgia murciana, donde la textualidad era concebida para un nuevo medio. Así, se abrían las puertas de la intimidad de la habitación de una actriz en Llévame contigo. Concierto para una mujer sola de Fulgencio M. Lax, o de un camerino en Tras el último aplauso de Miguel Galindo, de la historia vital en Amapola de Lax u Orgullecidas, bajo mi autoría, o al humor negro de Amores que matan, en cuya escritura participé junto a Jesús Galera.  

LLEVAME CONTIGO

Paulatinamente, las posibilidades explotan y uno de los puntos más ambiciosos de esta experimentación lo llevó a cabo la compañía Grumelot con La lámpara maravillosa, un viaje escénico espiritual que recuperaba los textos de Valle Inclán y jugaba con espectadores desde diferentes ámbitos: los que asistían en directo y recorrían junto al equipo artístico del teatro a las afueras de Madrid; los que acudían como meros espectadores virtuales o los que, como yo, nos inmiscuíamos en la experiencia no solo a través del visionado, sino también en un diálogo continuo con los teatristas por redes sociales, como WhastApp o Instagram, y así disfrutamos, en mi caso durante un largo domingo, toda una experiencia teatral desbordante en tiempo y magnitud y de suma belleza en su desarrollo. 

La lámpara maravillosa

Todas las propuestas que ahora evoco jugaban desde el lenguaje teatral y lo explotaban a través del medio, convocaban el viaje, la búsqueda, el tiempo compartido, el lamento, la risa, el espacio de reunión. Hay un nuevo medio para el juego teatral. Dentro del mismo, las propuestas son variadas y se desenvuelven a sus anchas del texto dramático a dramaturgias mediales, del personaje clásico a la ruptura con las fronteras del mismo, de un lenguaje presentacional a la pura representación. Diversas poéticas, disímiles lenguajes escénicos se han ido conjugando y probando para generar nuevas experiencias artísticas en este tiempo. Su pervivencia o no, la constitución de nuevas fórmulas de encuentro o su mera construcción circunstancial solo puede darla el tiempo, todo lo demás serán elucubraciones cuando aún nos encontramos en dicho contexto. No obstante, en un tiempo en el que el teatro ya tensaba sus propios límites, se conjuga con otras artes, donde podemos asistir a propuestas performáticas con cascos por la calle o sin actores, o donde la tecnología ha irrumpido radicalmente en el espacio escénico, los únicos limites que debemos poner son aquellos que distancien al teatro del público, y viceversa, y, en este contexto pandémico, el teatro virtual-confinado-zoom, no ha hecho sino convocarlo para continuar juntos, conviviendo escena y sociedad. 

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