DESCENDIMIENTO: remediación del arte

España, Reseñas

Por Diana Eguía (Universidad Católica de Ávila, España) / 22 Abril 2021

Descendimiento. Dirección de Carlos Marquerie, texto de Ada Salas y música del Niño de Elche. Teatro la Abadía. Del 8 al 25 de abril de 2021.

Esta obra posee una intrahistoria que es necesario contar. Su origen radica en una imagen antigua: el cuerpo de Cristo. Se sostiene sobre un punto de inflexión en la historia del arte: la creación del cuadro Descendimiento por Rogier van der Weyden, en c. 1435. Descansa sobre una grata e inesperada sorpresa para el mundo de la cultura contemporánea: la aparición en 2019 del poemario homónimo de Ada Salas. Acarrea una consecuencia inevitable: la necesidad de Carlos Marquerie de llevar a la escena teatral este maridaje entre Van der Weyden y Salas. Finalmente, aparece marcada por una adición indispensable: la incorporación al proyecto del Niño de Elche1.

El teatro es una suerte de misa para laicos. Para entrar a ver Descendimiento es necesario acudir con los misterios de la liturgia en la cabeza. No por casualidad el espectáculo se ubica bajo la luz de una bóveda, la de la sala Juan de la Cruz del teatro La Abadía de Madrid. Su acción transcurre en un espacio central donde el ritual es abrazado por un público circular. Esta bóveda en dodecaedro ilumina el milagro de la remediación. Remediación2 es un término de nuevo cuño utilizado por los estudiosos de los nuevos medios de comunicación para referirse a la actualización de las formas antiguas en nuevos formatos, si bien se advierte de que no es un proceso que se inaugure necesariamente con la aparición de lo digital. Tomando esta definición, podemos ver en Descendimiento la puesta en escena de una remediación constante: del Nuevo Testamento al cuadro de Van der Weyden; del cuadro, al poemario de Ada Salas; del poemario, al montaje teatral. En este movimiento, no solo apreciamos una renovación de los clásicos, sino que sobre todo se observa el modo singular en que los viejos tópicos bíblicos y góticos se revitalizan a sí mismos con el fin de responder al desafío teatral de hoy. 

Descendimiento recoge los temas centrales del arte occidental: la muerte, el erotismo, el sufrimiento, el amor. Y lo hace erigiendo en argumentos dramáticos sus materiales básicos: la luz, los colores, los sonidos, las formas, los cuerpos. La obra pone en juego el descenso paulatino de los distintos soportes artísticos: el texto bíblico, con su exégesis canónica lista para ser desafiada; el cuadro flamenco y su urdimbre de claroscuros; la arquitectura sacra de la sala abovedada Juan de la Cruz; la voz de la poeta Ada Salas asistiendo atónita a su propio proceso creación escritural; el texto del poemario, que rápidamente se mezcla con la textura de los colores de Van der Wayden; la performance artística erigida sobre la simbología cromática; los instrumentos de viento y las cuerdas vocales del Niño de Elche, con los que se experimenta hasta el límite del sufrimiento; y, por último, la fragilidad del teatro de títeres, que nos devuelve una de las preguntas centrales del montaje: ¿quién nos hizo personajes de este drama? 

Son infinitas las claves de desciframiento de esta obra. Ya se nos advierte desde el comienzo que toda interpretación es válida. Tenemos seis actores en escena incapaces de salir del tiempo del dolor. En cada gesto suyo hay un laberinto hermenéutico: sus ropas, sus movimientos, sus ruidos y su cuerpo… todo ello yace sobre una huella simbólica. Sin embargo, la dificultad para hilar una narrativa dramática nos invita a reflexionar sobre la fractura que representa toda forma artística en su coexistencia con múltiples lenguajes. La interpretación se ve así ahogada por la hipermediación de formatos que dan lugar a una atmósfera que oscila entre la redención y la asfixia, entre el consuelo y la desesperación. Efectivamente, el espectador queda atrapado como un personaje más en donde el desolación tomará su forma. 

Con Descendimiento aprendemos que no existen divisiones tangibles entre eso que llamamos pintura, poesía, música o teatro. Todo es la actualización de un medio anterior. Toda forma de existencia se da en algún tipo de vínculo con un formato precedente. Esta insoslayable red de reformulaciones presupone la imposibilidad de la mera representación, pues ello implicaría una realidad originaria que no existe. Nada, ni siquiera nosotros como espectadores podemos escapar de la remediación. En este sentido, podríamos hablar de un montaje de tintes epistémicos por cuanto lleva al público a cuestionarse cómo llegamos a conocer las cosas y cómo nuestros afectos se ven moldeados por la cognición. El gran acierto de Marquerie es hacernos conscientes del modo en que nuestro conocimiento es inseparable de la red de medios que le han dado forma. Así, no entenderíamos la noción occidental de sufrimiento sin la figura de Jesús. Al tiempo, nuestra percepción del dolor está íntimamente ligada a la imagen del cuadro de Van der Weyden. Las palabras de Ada Salas atraviesan ya la conciencia de la angustia de sus lectores. Tras Descendimiento, los quejíos por Pergolesi del Niño de Elche se han erigido inmediatamente como una parte fundamental de nuestra percepción del desconsuelo.


  1. Agradezco a Franz Biberkoppf y Amanda Espinel su ayuda en el desciframiento de este complejo montaje teatral.
  2. Bolter, J.D. and Grusin, R. Remediation: Understanding New Media, Boston: MIT Press, 1999.

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