La panadera de Sandra Ferrús: fragilidad y resilencia en el CDN de España.

España, Reseñas

Diana Eguía, Universidad Católica de Ávila, España | 22 Marzo 2021

La Panadera
Escrita y dirigida por Sandra Ferrús

La Panadera es una obra sobre la fragilidad y la resilencia que aborda temas tan intensos y delicados como la violencia digital, la violencia machista o la salud mental. Se estrenó del 27 de enero pandémico hasta el 7 de marzo en la Sala de la Princesa del Centro Dramático Nacional, colgando el cartel de completo las últimas tres semanas. En una pequeña sala a tres bandas, el espectador entra en la casa y la mente de Concha, el personaje protagonista, en el momento en que un video suyo practicando sexo con una expareja se vuelca en la red. Desde la cuidada intimidad de una pequeña sala teatral nos exponemos a un conflicto cada vez más frecuente como es la violencia de género en línea. A raíz de un comentario inapropiado de un cliente, Concha descubre que se ha filtrado en redes un video sexual de su juventud con una expareja. Lo ven todos en la panadería, en el barrio, en el colegio de su hijo; lo ven sus amistades, conocidos, familia política… Ya no hay quien pare la cadena de pulgares que con un solo click ponen el cuerpo y la privacidad de Concha en el disparadero social. El pequeño y entrañable universo familiar de esta panadera se ve sacudido por la violencia digital desmedida de un video viral lanzado sin consentimiento. A raíz de ello, la autora teje una genealogía de violencias machistas y conflictos internos que forman parte del pasado y la cotidianidad de muchas mujeres y que ella se ve forzada a enfrentar súbitamente.

La panadera es una obra sobre conflictos emocionales universales, entre lo que queremos sentir con la cabeza y lo que de verdad sentimos en las entrañas, pero también es una obra sobre la violencia hacia las mujeres, en concreto, sobre un tipo de violencia del que no se ha ficcionado a pesar de su vigencia y actualidad: la digital. En este sentido, esta obra pionera ofrece un marco de pensamiento para una realidad que representa un neomachismo específico. Como denuncia la Red de Autodefensa Feminista Online, gran parte de la sociedad aún no identifica como agresión machista ni la difusión de videos de mujeres ni el ciberacoso a determinados colectivos o personas. Nadie, ni el Estado ni las plataformas digitales ni los millones de pulgares que comparten videos robados, se responsabiliza de la seguridad y la protección de las mujeres que sufren violencia en línea. En este sentido, el protagonista de Ferrús nos pone frente a frente con la máxima crueldad que para vida de las víctimas tienen este tipo de acciones. En un pequeño escenario, el espectador puede sentir cómo Concha ha sido lanzada al vacío sin ni siquiera merecerse el estatus de víctima, que ella misma cuestiona en ocasiones. Obligada a gestionar en casi total soledad el golpe, solo puede refugiarse en su psicóloga y su familia. Mientras su cuerpo desnudo navega por la bastedad de la red, su espacio emocional Concha se vuelve claustrofóbico. En una escena central, sueña que vomita plástico. Este viaje de lo pequeño a lo grande, de la red a los sueños, del desconocido anónimo que comparte su intimidad  al sostén de su círculo familiar más cercano es el viaje por el que el espectador circula durante toda la obra.

La obra de Ferrús ocupa un espacio que estaba vacío y que era necesario llenar. La urgencia por denunciar que el compartir videos o imágenes sexuales, eróticas o íntimas de cualquier naturaleza sin consentimiento es una violación de los derechos humanos se constituye en una narrativa teatral sobre la que se teje el hilo de otras violencias históricas y cotidianas.

Hablamos con Sandra Ferrús de La Panadera y la situación teatral actual. Su obra consigue construir a raíz de un material aparentemente pequeño, como es la vulnerabilidad, una fortaleza inexpugnable para la defensa de las víctimas de violencias machistas, algunas inadvertidas y soterradas, otras brutales y explícitas.

¿Cómo ha afectado la pandemia a tu trabajo?

Ha afectado mucho. Teníamos un aforo reducidísimo de no más de 35 personas en el que había que cuidar que los convivientes pudieran sentarse juntos, aunque con dos butacas de separación de los no-convivientes, por lo que había que estar pendiente de la distribución de las butacas. Mucha gente se ha quedado sin poder ver la obra. Hemos tenido la suerte de estar en el Centro Dramático Nacional. Otras compañías y teatros han tenido que cerrar. 

 El 31 de mayo de 2019 se suicidó una trabajadora de Iveco en Madrid, madre dos niños, al difundirse un video sexual suyo entre sus compañeros de trabajo. ¿Te inspiraste en esta caso para construir La panadera?

S-Realmente, no. Es anterior. Escribí La Panadera gracias a la beca de Nuevas Dramaturgias que conceden los Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz, el Teatro Arriaga de Bilbao y el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. Cuando entregué el texto completo, mi compañera de beca me mandó en ese mismo momento esta noticia de la trabajadora de Iveco. Me pasaron muchas cosas por el cuerpo. Recuerdo que iba por la Concha y tuve que sentarme. Me puse a llorar como una magdalena. Sentí unas ganas enormes de poder abrazar a esa mujer. Había tantas similitudes con el personaje de Concha… la edad (treinta y pocos años), sus dos hijos… Sin embargo, este caso es posterior a la redacción de mi texto. No así otros. Ha habido muchos casos anteriores a esta noticia. En realidad, es algo que pasa con relativa frecuencia. Cuando, de pronto, llegaron a mí noticias de esta naturaleza, sentí muchísimo miedo. Me pregunté por qué pasaban estas cosas, sentía ganas urgentes de abrazar a estas mujeres. Después empecé a examinar toda mi vida, escudriñando mis recuerdos para averiguar si existía algún video así mío. Me mareé literalmente, fue una reacción enteramente corporal. 

Al ser, efectivamente, un tema del que casi cada día se habla, ¿cómo afecta esta inmediatez a tu escritura?

En teatro una no deja de escribir hasta que no se termina de interpretar la función. Siempre va habiendo cambios. El texto está vivo siempre.

 Concha, la protagonista, tiene una hija y en el tratamiento de su personaje la obra apuesta decididamente por la esperanza, lo cual es un desafío enorme teniendo en cuenta que hay tantos casos reales que terminan con el suicidio de la víctima de violencia digital. ¿De dónde nace esa resilencia optimista que se plasma sobre todo en las enseñanzas madre e hija?

Tengo la necesidad de creer en la esperanza. Quería transmitir un mensaje: todas podríamos tener videos circulando sin consentimiento, las víctimas no han hecho nada malo, gracias por pelearos esta batalla en nombre de todas. Hay que insistir en que hay otro camino. Además, para mí era importante mostrar tres generaciones de hombres (padre, marido e hijo) que le transmiten a Concha el mensaje de que hay que seguir para adelante a toda costa. 

Hay algo que no es explicito en la función, pero que para mí como dramaturga y actriz  es muy importante. La obra arranca con la hija de Concha, Leyre, de 15 años, encontrando el informe de la tentativa de suicidio de su madre 10 u 11 años atrás. De ahí hay un salto temporal a cuando Leyre tiene 4 ó 5 añitos, con la viralización del video sexual de Concha. El texto al completo es el relato que Concha le traza a su hija adolescente de este capítulo pesadillesco de su vida. Es un futuro muy esperanzador en el que Concha se ha hecho fuerte y puede explicárselo todo a su hija en clave de superviviencia.

Durante la obra, el espectador viaja por la salud mental de una Concha destrozada y violentada, en pleno tratamiento psicológico, con momentos muy descriptivos de ansiedad, depresión, terrores nocturnos y episodios suicidas. ¿Cómo influye la terapia en tu trabajo?

Tengo la suerte de llevar muchos años en terapia. Como actriz, tengo que trabajar con mis emociones y la terapia ha sido una escuela para ello. En este sentido, tengo muchos recursos aprendidos de ese espacio. 

Cuando toco experiencias muy íntimas de mí y las consigo compartir descubro que esa particularidad es del todo universal. La terapia como recurso dramático me ofrece la posibilidad de articular algunas preguntas clave: ¿por qué pasan estas cosas? ¿cómo estará la víctima?, ¿tendrá pareja?, ¿cómo estará su familia?, ¿estará arropada? ¿por qué siento todo esto cuando leo este tipo de casos?, ¿por qué me afecta tanto?, ¿es por mi cultura?, ¿es por mi educación?  Hay una escena durante una de las sesiones psicológicas de Concha en la que sus antepasados toman protagonismo con el fin de poner de manifiesto los siglos de violencia que llevamos a la espalda las mujeres. Hemos avanzado mucho, pero está ahí y deja una huella que Concha llama “la pituitaria”. Gracias a la terapia podía plantear temas como la culpa, la violencia o la ansiedad, y trazar un puente entre nosotras y nuestras abuelas sin dar necesariamente una respuesta. Dramáticamente, la terapia me permite poder hacer y compartir estas preguntas. Ese es el objetivo de La panadera.

En esas escenas de Concha con su psicóloga se tratan también muchos tipos de violencia hacia las mujeres. En una de ellas, la protagonista rememora una escena de abusos sexuales ocurrida durante su adolescencia. Ahí tratas los temas sobre la cultura de la violación que pusieron de actualidad los movimientos #metoo y #yosítecreo. ¿Puedes hablarnos de ella?

No por casualidad muchas mujeres que han venido a ver la función han sentido la necesidad de acercarse a contarme que habían vivido esa misma escena. Ahí Concha es muy joven, está feliz en la discoteca con un chico que le gusta, se van juntos, va todo fenomenal, a ella le gusta muchísimo él, pero de repente hay un momento en que se siente incómoda, quiere irse; pero no se va. No se va y “se deja hacer”. Por un lado, se quería ir, pero él se lo reprocha con la típica frase de “no me vas a dejar así”. A partir de ahí Concha tiene que convivir con esos dos tipos de culpa: la del haberse querido ir y no haberlo hecho, y la de sentir que le debía algo a ese chico. La Concha de 40 años consigue sanar a su yo de 15 años diciéndole muy fuerte que se puede decir que no. Para mí es muy importante decirle a mi hija y a otras mujeres que se puede decir que no. He pensado mucho en esta escena y en las mujeres jóvenes que han venido al teatro. Quiero gritarles que se puede que decir que no. Me encanta que al ver La panadera el público se interese por los distintos tipos de violencia hacia las mujeres y al salir se haga preguntas y busque herramientas para combatirlas. En este sentido, la obra no busca en absoluto demonizar el mundo digital, ya que también es una posible manera de conectarnos y apoyarnos. En un momento dado, los mensajes de ánimo que recibe Concha a través de las redes le ayudan mucho a seguir adelante.

Siendo una obra cuya trama principal aborda violaciones brutales de la intimidad y seguridad física de la protagonista, se dan, no obstante, muchos momentos para la comedia durante la función. ¿Cómo trabajaste el humor en La panadera?

He escrito escenas que dramáticamente buscan la risa del público. La risa es un deshago y me gusta que el público se ría. Necesitamos poder aflojar para poder meternos de una forma más profunda en la trama. Creo que es bueno que haya vías de escape en la función. 

¿Cómo habéis vivido las reacciones del público a La panadera?

El feedback con el público ha sido maravilloso. Hemos colgado el cartel de completo las tres últimas semanas. Hemos terminado funciones con mucha emoción. En una de ellas una mujer se puso en pie y gritó “¡gracias!”. Hemos visto hombres profundamente agradecidos e involucrados con el mensaje de La panadera. Hemos sentido que damos vida a una historia que es importante contar.

Quisiera preguntarte por el título, La panadera, ¿por qué esta elección?

Que ella trabajara en una panadería tiene mucho peso dramático. A la panadera la conocemos todos, trabaja cara al público, todo el mundo va diariamente a por el pan. Quería que el personaje se sintiera como alguien cercano, alguien que todos tratamos cotidianamente. Antes de saber lo que le ha sucedido al personaje, la panadera suscita ternura, hacer el pan es algo cotidiano. La obra comienza con una Concha explicándole a su hija cómo hacer pan. Es un discurso sobre los cuidados. Podemos, sin darnos cuenta, hacerle mucho daño a alguien, tratarlo como una masa que se va a romper y hacer añicos o podemos actuar de otra manera, como una panadera que amasa con cariño y ayuda a las personas de su a crecer y expandirse.

También tiene algo de clase trabajadora y el conflicto económico está reflejado cuando se habla de la hipoteca de su casa, en sus dificultades para afrontar el pago de su psicóloga, etc.  Al leer este tipo de casos de violencia machista en línea, la víctima en muchas ocasiones perdía el nombre. Concha hay un momento en que lo grita: “¡la pandera, he perdido hasta el nombre!”. Vivan los gritos que limpian almas.

Fotografías de Luz Soria.

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