Quitamiedos, nueva producción de Kulunka Teatro

España, Reseñas

Por Jara Martínez Valderas (Universidad Complutense de Madrid) | 9 de marzo de 2021 / Teatro de la Abadía de Madrid

Luis Moreno en Quitamiedos
Actores: Jesús Barranco, Luis Moreno / Texto y dirección: Iñaki Rikarte / Ayte. de dirección: Garbiñe Insausti / Diseño de vestuario y escenografía: Ikerne Giménez / Composición musical y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo / Diseño de iluminación: Javier Ruíz de Alegría / Producción: Kulunka Teatro / Fotografía: Aitor Matauco / Distribución: Proversus.

Quitamiedos, con texto y dirección escénica de Iñaki Rikarte, se ha programado en el Teatro de la Abadía hasta el 14 de marzo. Cualquiera que conozca la trayectoria exitosa de la compañía Kulunka Teatro mantendrá unas altas expectativas como espectador. Tienen, con solo cuatro espectáculos creados, un sello de identidad que les singulariza. El primer rasgo identitario es su capacidad para obtener un éxito de crítica y público inaudito –dentro y fuera de España– con teatro de máscaras y sin texto emitido en escena. En esta producción la compañía nos sorprende con una obra de texto y con el rostro del actor al descubierto. Sin embargo, conservan la esencia de su poética como creadores y no decepcionan las expectativas. La aparente sencillez, la búsqueda de la ternura como emoción, el humor y las relaciones amorosas conforman de nuevo la poética de la compañía. Veamos de dónde parten estas afirmaciones y cómo la coherencia absoluta entre fondo y forma la convierten en una bella escenificación. 

Kulunka Teatro es una compañía fundada en 2010, en el País Vasco, por Garbiñe Insausti y José Dault, que comparten orígenes formativos en interpretación en la RESAD. En estos once años han realizado cuatro producciones de una gran solvencia artística, que evidencia la cantidad de representaciones hechas (la compañía cita en su web 1000 en 30 países, junto a importante palmarés). El funcionamiento de la compañía parece ser la clave: apoyarse en los dos fundadores y tener incorporaciones para los distintos espectáculos. Producción estable pero en continua renovación. En el plantel destaca el autor y director de Quitamiedos, Iñaki Rikarte, con el que fraguaron el mayor éxito de Kolunka, André y Dorine (nueve premios nacionales e internacionales), aunque también participa en Solitudes igualmente como co-autor y director. 

Luis Moreno & Jesús Barranco

En esta ocasión, los fundadores de la compañía e Iñaki Rikarte abandonan las máscaras y el trabajo gestual para adentrarse en la producción de un texto dramático, donde la expresión, que antes estaba en el cuerpo y la caracterización, se traslada además a la voz y la palabra. Los dos actores encargados de ello, con gran solvencia, son Jesús Barranco y Luis Moreno, habituales del Teatro de la Abadía. 

La idea dramatúrgica es sencilla, como lo es el resto de la escenificación, pero colmada de profundidad reflexiva. Buscan en el espectador la identificación emocional con los dos personajes y el entretenimiento –con tintes de thriller– pero dejando un poso reflexivo, cuando abandona la sala, sobre lo que acaba de acontecer. Quitamiedos plantea el encuentro entre un hombre que ha tenido un accidente de coche y su ángel de la guarda. Los temas que va transitando son la aceptación de la muerte, la relación de amor dependiente y destructivo del accidentado con su exmujer, el fracaso que siente que ha sido su vida y, sobre todo, las causas del accidente, sobre las que se vierten varias hipótesis hasta el –sorpresivo, pero a la vez lógico– final, donde se nos desvela la causa de este. Es aquí donde se encuentra el sentido la obra, que durante la representación es confuso: el egoísmo del amor humano contado a través del incondicional que siente el ángel de la guarda por su protegido

Los ángeles de la guarda, que han sido hombres alguna vez, acompañan al humano desde su nacimiento, con un enamoramiento absoluto, que les hace existir solo en función del ser amado y su protección. Esta entrega pone en entredicho el amor terrenal, limitado y egoísta, como fue el del matrimonio del hombre (como reflejo del social). Sin embargo, el final de la obra da un giro a esta tesis del amor idealizado ¿y si este amor donde el individuo desaparece, dándose al otro en su totalidad, crea solo destrucción? 

Decíamos que el objetivo de la escenificación es la identificación emocional, potenciar las sensaciones y una reflexión aposteriori. Veamos cuáles son las estrategias de la escena para conseguirlo. 

La actuación está cercana al naturalismo pero estilizada, un tanto partiturizada (no deja de ser una situación limítrofe con lo terrenal) para que se empaste con la propuesta plástica y para permitir la identificación pero también el humor y el extrañamiento propio del misterio dramático. El código actoral acompaña al lenguaje, por un lado cotidiano, por el otro depurado y metafórico y, por lo tanto, cercano al espectador, pero a la vez estilizado hacia lo poético. 

La situación dramática sitúa al público, desde la entrada en la sala, en un espacio concreto: un trozo de una autovía cualquiera con un quitamiedos golpeado, roto y que deja el espacio justo de un coche que intuimos, aunque no veamos por el desnivel, se encuentra accidentado más abajo. La escenografía trabaja con el realismo pero se queda con lo esencial para permitir no entrar en contradicciones con el resto del espacio escénico que, de la misma manera, parte de lo realista pero lo estiliza hacia lo poético. Este tinte de la realidad hacia lo onírico, transforma la simple copia hacia algo más hermoso, por momentos también inquietante y con una atmósfera que busca oscilar del miedo y el desasosiego a la ternura. Esta sensación se crea, además de con los actores y el cuidado espacio sonoro, con la intervención de la iluminación que parte también de la realidad pero la deforma para hacerla mucho más expresiva. La luz crea atmósferas pero, como la escenografía o lo sonoro, también signos locativos claros, como el pasar de los coches, el humo del accidente y el paso del tiempo. Un tiempo que es lineal, el transcurso de la vida a la muerte del protagonista, escenificado a través del calor al frío del cuerpo, como metáfora del abandono de las pulsiones vitales (la carne y la sangre) y transformarse en un ángel de la guarda (las plumas y las alas) que es en lo que termina convertido el hombre. La tarea de su predecesor ha sido instruirle, preparar la burocracia celestial – ¡ni en el cielo parece que nos libraremos! – y que pueda comenzar a ejercer. Así, finalmente, sigue el rastro del llanto del recién nacido para ser por él: morir es desaparecer, olvidar todo recuerdo del pasado, para metamorfosear el amor humano imperfecto al perfecto del ángel custodio. Pero, como acabamos de descubrir, hay luces y sombras en la manera de amar de cada uno de nosotros. El amor mueve el mundo pero también lo destruye, crea vida y termina con ella… El ángel está enamorado del hombre, se quita el miedo a desobedecer y cae en el amor, una metáfora de un coche deslumbrado por la belleza del atardecer en una autovía. 

Larga vida a Kulunka Teatro y su poética de la ternura, con máscaras o sin ellas. 

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