ANCESTRAS, cómo conversar con las difuntas

Entrevistas, España, Reseñas

Por Diana Eguía (Universidad Santa Teresa de Jesús, España) / 21 de octubre de 2021

Ancestras es una obra independiente que ha venido a llenar un espacio teatral, el del teatro feminista underground, que necesitaba ocuparse a tenor de su éxito. Desde su estreno, se suman cuatro reposiciones en El Umbral de la Primavera, la sala contracultural ubicada en el barrio de Lavapiés, en Madrid. Está escrita, dirigida y producida por Mireia Salazar, a quien entrevistamos a continuación.

Asistir a este montaje significa participar de un ritual donde se habla, se calla y se mueven los cuerpos. Fátima Cué; Eli Zapata y Esperanza García-Maroto dan vida a tres generaciones de mujeres de una misma familia que, como todas, se preguntan si las emociones y las vinculaciones son marginales en el mundo en el que vivimos. La apuesta de Ancestraspasa por sacar las turbaciones interiores a escena e interrogarse por los modos de vida de nuestras abuelas, dando luz a aquello que nunca interesó demasiado. La obra se desarrolla bajo tres dialectos distintos: dos tipos de andaluz, el de los personajes que encarnan el pasado, y un acento barcelonés que las abuelas alaban por ser “muy fino”. Hay un supuesto mal hablar como hay un supuesto malvivir, un estigma que no pertenece al espacio visible, a lo normativo, a lo enseñable. En ese lugar invisible es donde la protagonista invoca a sus antepasadas tratando de indagar aquellas líneas generacionales que aplaquen la bulimia de identidad actual. La forma de hablar y la forma de vivir de las mujeres de cada familia puede o no puede haber sido la correcta, pero es la que nos ha quedado. Ese mal hablar o malvivir de nuestro pasado familiar oprime en la medida en que no lo comprendemos, que no podemos dialogar con él. 

Con intensidad, pero también con humor, la protagonista de la obra, alter ego de la directora, trata de establecer conversación con sus difuntas. Durante gran parte del espectáculo, una serie de monólogos se superponen en búsqueda de una conversación final, un diálogo que actúe como medicina ¿Podemos de verdad entendernos con las narrativas del pasado? En esto, la obra no es maniquea y no idealiza o romantiza la vida de nuestras abuelas. Estas tres generaciones de mujeres no tienen una relación fácil entre ellas. En la obra están presentes los cuidados como puerta de entrada al maltrato, la salud mental, los abusos sexuales y el resentimiento. El clímax dramático abre la puerta al encuentro y a la esperada conversación entre sus protagonistas. Queda a cada espectador decidir si hay un lugar donde ese injustamente desacreditado mal hablar se transforma en discurso terapéutico.

Diana Eguía:¾ ¿Cómo se hace teatro independiente en mitad de una pandemia, sin financiación, con aforo reducido y sin morir en el intento?

Mireia Salazar: ¾ En realidad, ha sido gracias al curso de dirección que estuve haciendo hace un año con Carlos Tuñón. Hicimos un primer curso que tuvimos que anular, justamente, porque se vino la pandemia. Entonces, Tuñón propuso hacer un segundo curso de 6 meses únicamente enfocado en un proyecto de creación propia. Si no hubiera sido bajo estas circunstancias de obligación, no sé si me hubiera puesto a crear, a mover grupos. etc. dada la situación que vivíamos. Creo que todas las que estamos en el equipo tuvimos muchas ganas y tiramos para adelante en esas circunstancias excepcionales. Las muestras, los ensayos… todo se ha visto muy dificultado por las precauciones anti-Covid. Y estrenamos en abril, que aún estaba la cosa complicada, con aforos reducidos. Hemos ido tirando.

D: ¾ ¿Os ha sorprendido el éxito? ¿Las entradas agotadas? ¿Las reposiciones de la obra?

M: ¾ Sí, desde que estrenamos hemos conseguido aforo completo. Ahora nos van a reponer en El Umbral de la Primavera en noviembre. En diciembre, nos vamos de gira a Ibiza. En distintos sitios están apostando por la obra. En enero, 28 y 29, vamos a estar en la sala Pradillo.

D: ¾ La sala Pradillo es ya teatro comercial. ¿Cómo habéis conseguido dar ese salto del underground al circuito mainstream con Ancestras?

M: ¾ Sí, la sala Pradillo ya es una sala con una dotación mayor, pero donde aún se mueven espectáculos fronterizos y arriesgados. Y no solo vamos a reponer, también vamos a hacer unos talleres llamados Encuerpar a las ancestras, en los que esperamos que participe la gente del barrio, que salga algo que vincule el espacio y su gente.

D: ¾ A la hora de escribir Ancestras, ¿cómo manejaste la tensión entre el monólogo y el diálogo?

M: ¾ Creo que las partes de monólogo tienen que ver con la construcción de los personajes. Podía dar vida fácilmente al personaje que me interpreta, pero necesitaba rescatar la poca historia que sabía de mi abuela y mi bisabuela. Esto lo hice a través del monólogo. Así, puse palabras más allá de lo íntimo. El primer monólogo, el de la bisabuela, reconstruye su historia con lo poquito que sé de ella, una historia llena de vacíos. Algo parecido ocurre con la abuela. En la parte dialógica es donde más fuerte entra la ficción. Ahí, me invento las vidas de mi abuela y mi bisabuela poniéndoles el toque humano, el toque de personas que han tenido sueños, ilusiones y secretos. Se podía dialogar y jugar. Lo ficcionado resultaba más sencillo. Surgió así la construcción del texto. No fue a cosa hecha. Ahora recapacito y pienso que tiene que ver con la construcción de los personajes y no con algo pensado o referenciado en otras obras.

D: ¾ ¿Cómo jugaste con los diferentes acentos de la obra? ¿Hay una construcción en torno a las formas de hablar?

M: ¾ Esperanza García-Maroto es de Jaén y Eli Zapata es medio cordobesa. Quería trabajar con actrices andaluzas para que no fuera un acento impostado. Quería reivindicar esa habla. Mi bisabuela nació en Níjar, en Almería, con un acento muy concreto. Mi abuela, que nació en Melilla, tenía otro acento. Me venían bien esos dos andaluces tan distintos.

D: ¾ ¿Cómo te sitúas en el debate feminista sobre los cuidados?

M: ¾ Socialmente, está mal decir que no quieres cuidar a tu madre. Quería visibilizar esta realidad. Cuando mi madre tuvo que hacerse cargo de mi abuela Carmen, yo era muy pequeña, pero veía como se agotaba. Estaba tensa, nerviosa, la trataba como podía, perdía la paciencia… Ellas habían tenido una relación peculiar entre sí. Los cuidados, a veces, pueden convertirse en una venganza. Una puede pensar: “esta mujer me ha hecho la vida imposible y ahora la tengo que cuidar, porque es mayor y me toca, por ser su hija mujer, pero no quiero”. Es un conflicto. Te obligas, porque no vas a dejar a tu madre sin lavar y sin comer, pero no puedes hacerlo con cariño y con amor. Algo parecido puede suceder en la crianza. Mi madre ha tenido muchas cosas buenas, pero en los cuidados ha sido bruta y superviviente. No podía hacerlo de otra manera. Hay una romantización con este tema de los cuidados que en mi historia y mi biografía no tiene lugar. Los cuidados, para mí, son violentos. 

D: ¾ Empiezo a ver un leit-motiv en todo teatro feminista que es la salud mental. ¿Cómo encajan en tu obra?

M: ¾ La salud mental en Ancestras se aborda de diferentes maneras. Por un lado, está el descubrimiento de que tanto mi bisabuela como mi abuela estuvieron ingresadas en psiquiátricos. No pude encontrar los papeles de la institución en donde mi bisabuela estuvo ingresada en Málaga, porque se quemó. Mi abuela estuvo confinada en Bellvige, en Barcelona, y en Almería. Estaba diagnosticada de esquizofrenia. “A mí me ingresaron en dos manicomios”, dice mi bisabuela. Dónde estaba el límite cuando, antes, tu marido o tu yerno te podían llevar a la puerta del manicomio y pedir que te ingresaran, porque estabas loca. Te ingresaban y punto. Te hacían tratamientos que te anulaban. ¿Cuántas mujeres han sufrido esto y han sido tratadas de locas? Siempre he vivido con ese miedo de que me pudiera pasar a mí y lo traslado a mi personaje (interpretado por Fátima Cué). De ahí, todas esas terapias de búsqueda de la paz con una misma. Luego, le das la vuelta y te replanteas qué es la locura y qué es estar loca. Ahora, que está tan en boga el tema de la reivindicación por la salud mental, cómo darle otra nomenclatura y otro espacio, me parece que es tiempo de recapacitar sobre ello.

D: ¾ Quería preguntarte por la espiritualidad y el altar que aparece al fondo del escenario.

M: ¾ El altar en sí podría evocar sociedades como la mexicana, no es tan de aquí, aunque simbolice imaginarios religiosos. Yo quería que mis ancestras estuvieran presentes en otro plano y transmitir en escena esta imagen de la invocación. Los altares se ponen normalmente en los días de los muertos, es una forma de homenaje, de traerlos a la tierra como yo traigo a mis ancestras a escena. Para mí, existe una conexión o llamada hacia ellas de esta manera. En mi casa nunca se han hecho altares y no es una práctica que yo haya visto de forma cercana.

D: ¾ La protagonista por momentos parodia la espiritualidad new age. ¿Qué función tiene esto en la obra?

M: ¾ Era un guiño. Durante la construcción de la obra, tenía miedo de caer en el cliché de mujer del siglo XXI privilegiada, alguien que ha tenido todas las posibilidades, juzgando a su abuela y a su bisabuela sobre lo qué han hecho o han dejado de hacer. Yo he tenido la suerte de tener otra vida, de tener amigas, de acceder a terapias cuando lo he necesitado. No he pisado un psiquiátrico, sino que he hecho otras prácticas para encontrar el equilibrio y estar bien. Una se trae en la mochila todas estas genealogías, cierta herencia que te llega consciente o inconscientemente. Lo tenemos en nuestra historia y en nuestro cuerpo. Quise poner un poco de humor hacia mí misma y hacia estas prácticas en la obra, y conjurar el peligro de juzgar severamente a las madres y a las abuelas. Hay madres que estuvieron criando desde los 18 años y jamás pudieron hablar honestamente con una amiga o meterse un huevo por la vagina o hacerse un curso de chamanismo o todo lo que a mí me ha dado la gana hacer. Guiño a la locura y a la salud mental, pero también guiño a la honestidad. Yo he hecho todo esto porque he podido y ellas, no. También está la parte en que ellas intervienen para quejarse y decir “mira todas las cosas por las que esta nos hace pasar, que si las constelaciones familiares, que si lo del temazcal con no sé qué…”, cosas que ellas quizá no entenderían. Mi madre tampoco las entiende. 

D: ¾ ¿Consigue la protagonista dialogar con su abuela y su bisabuela?

M: ¾ Sí que hay ese intento, pero también queda un poco de frustración, porque mi personaje tiene cierta ansiedad de querer saberlo todo. Yo necesito saberlo todo y, a veces, resulta que hay cosas que podemos saber y cosas que, igual, tampoco se pueden destripar. Traté de jugar con esa ambigüedad de la intimidad de las personas, con el máximo respeto y cuidado, pero con ese límite. Mi madre vino a ver la obra y le encantó. Tenía un miedo atroz de que pensara que la había traicionado y que había puesto en escena todo lo que ella me había contado. Temía que me recriminara, pero le gustó y eso me dejó mucha paz.

D: ¾ La noche en que fui a ver Ancestras, diría que el 95% del público eran mujeres. ¿Qué te parece esto?

M: ¾ Es verdad que siempre hay más mujeres que hombres. Si caben 50 personas en la sala, poniéndonos por arriba, habrá 10 u 8 hombres. Sé que la gente que viene a verla (porque me llega y leo los comentarios) siempre salen diciendo que la van a recomendar a sus grupos de mujeres. Es una obra que se recomienda a amigas, a las mujeres de la genealogía de las ancestras. Sin embargo, no deja de resultarme curioso que algunos hombres no se sientan interpelados por los contenidos de la obra, aunque formen claramente parte de ellos. Pareciera que el ser un montaje enteramente hecho por mujeres convirtiera la obra en un espectáculo “para mujeres”. Me gustaría que no fuera pensada como una obra para cierto público y que se animara a venir gente diversa, aunque no me preocupa demasiado.

D: ¾ Parece que el éxito de la obra revela que habéis llenado un espacio que era necesario.

M: ¾ La gente nos pregunta ya qué es lo siguiente que vamos a hacer, pero aún tenemos que girar con Ancestras, llevarla a Barcelona, de donde yo soy. No es fácil. El circuito de Madrid se agota en seguida para una creadora nobel sin dinero, sin contactos, sin estructura mediante la cual poder acceder a subvenciones, etc. Es un mundo en el que tienes que tener suerte o una estructura potente con distribuidora, comunicación, etc. Tengo otro grupo de teatro compuesto por 18 actrices de Vallecas con quienes estamos trabajando una obra sobre la historia del barrio a través de sus biografías. Ojalá tuviera tiempo de dedicarme a estos dos grupos de teatro, pero también tengo un trabajo común y obligaciones.

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