«Los Gavilanes», el Teatro de la Zarzuela y los millenials geriátricos

España, Reseñas

Por Diana Eguía (Universidad Santa Teresa de Jesús, España) / 21 de octubre de 2021

En la ciudad de Madrid se puede ver casi cualquier expresión de las artes escénicas (teatro independiente, teatro clásico, circuito comercial, performances, ópera, ballet, flamenco, musicales, títeres, etc.) sin embargo, hay un género propio y peculiar que crecientemente se populariza entre aquellos nacidos entre 1980 y 1985, es decir, los llamados millenials geriátricos. Desde hace varios años, mis amistades más cultivadas y seguidoras de la temporada teatral, me insistían en la necesidad de introducirme en la zarzuela como si de una experiencia liminal ineludible se tratara. No puedes considerarte verdadero asiduo del circuito escénico madrileño si no vas, al menos, un par de veces al año al Teatro de la Zarzuela. Efectivamente, solo por conocer ese templo arquitectónico de la cuarta pared, merece la pena asistir a sus funciones. A fin de cuentas, ¿qué otra variedad teatral minoritaria cuenta con un recinto tan exclusivo para sus representaciones?, ¿qué otro espectáculo tiene similar número de abonados, de público fiel que llena cada noche su aforo, de espectadores que se entregan a la magia según cruzan el quicio de la puerta del patio de butacas? Ninguno.

A la entrada del Teatro de Zarzuela, ya se puede sentir el fulgor que llena la calle Jovellanos. La noche en que asistí a ver Los Gavilanes, pude observar gente entrando en pánico al haberse quedado sin entradas, gente extasiada ante la inminente actuación, gente que intentó extorsionarme para quedarse con mis invitaciones y, también, ese subgrupo urbano conocido como los” hípsters” (otras posibles nomenclaturas serían los “viejóvenes”, los “zarzuelers”, “los del vermú” o su nombre técnico: los millenials geriátricos). Entre esos dos segmentos de población, septuagenarios en adelante y cuarentones, el vacío. Ni rastro de aquellos a quienes Emmanuel Rodríguez denomina “los instalados”, españoles que han podido vivir mejor que sus padres y que sus hijos. 

Es imposible que esa parte del público a la que pertenezco por edad y el otro segmento, el del aficionado con cabellera plateada que cena en el elegante restaurante Edelweiss, decodifiquemos en términos similares la misma representación. Resulta difícil de creer que la amable audiencia que conoce de memoria las letras de las piezas musicales y se emociona con las escenas romántica y yo, con todo mi cinismo, estemos disfrutando del mismo modo de Los Gavilanes. Quizá haya una guerra generacional de lo más interesante por los significados escénicos, por el sentido de la trama o por lo simbólico de acudir a esta popular experiencia. Tal vez ambos grupos estemos unidos por un hartazgo de la fragmentación, en empacho de los discursos de la derrota y por cierta búsqueda de la totalidad. A fin de cuentas, ¿quién quiere un mundo en el que hay preocuparse por el calentamiento global, la crisis económica, la escasez de gas y materiales pudiendo refugiarse en la expresión sin cortapisas de la emoción dramática, los finales felices, el triunfo de la verdad y la belleza? 

Pasando a describir Los Gavilanes, cabe decir que es una pieza emblemática del género chico y, por tanto, perfecta para introducirse en él. Para esta ocasión, fue dirigida escénicamente por Mario Gas y, musicalmente, por Jordi Bernàcer. Se estrenó por primera vez en Madrid, en el mismo Teatro de la Zarzuela, el 7 de diciembre de 1923, del Meastro Jacinto Guerrero, conocido por haber puesto música al primer cortometraje de animación español, con libreto de José Ramós Martín. La trama gira en torno a la figura de un indiano, Juan, que vuelve a su pueblo natal desde el Perú tras 20 años, cargado de dinero y buenas intenciones. Sin embargo, este personaje vira inesperadamente de filántropo a depredador sexual cuando intenta comprar la mano de Rosaura, una bella e ingenua dama de campo, enamorada a su vez del valeroso Gustavo e hija, para más inri, del amor de juventud de El Indiano. La aldea y sus presentantes del orden asisten con horror a la empresa repulsiva del protagonista y deciden apodarlo “gavilán”, ya que “no se compran con dinero la juventud y el amor”. Casi podríamos resumir la trama mediante el título de uno de los últimos trabajos musicales de Bertín Osborne, la ranchera “Yo debí enamorarme de tu madre”. Finalmente, en un nuevo viraje narrativo y, a última hora, Juan desiste de sus planes de casarse con la púber Rosaura y apadrina generosamente el matrimonio entre ésta y el zagal Gustavo. Para entender bien la importancia artística e histórica de Los Gavilanes, resulta muy interesante la conferencia impartida por Mario Lerena que se puede encontrar en abierto en YouTube. Allí se explica cómo la incubación de Los Gavilanes tiene que ver con una pugna genuinamente madrileña entre El Teatro de la Zarzuela y el Teatro Apolo. Asimismo, Lerena explica que su origen tiene que ver con el intento de Guerrero de originar la auténtica zarzuela grande española.  Hay que reconocer que, si Los Gavilanes sigue representándose hoy sin alteraciones o adaptaciones, a pesar de sus ripios y sentimentalismos, es porque lleva un siglo aplaudiéndose por una audiencia fiel, mérito que no podemos negarle.

[Los Gavilanes se representó del 8 al 24 de octubre de 2021 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.]

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