CADA ÁTOMO DE MI CUERPO ES UN VIBROSCOPIO

España, Reseñas
Por Begoña Frutos (RESAD) / 16 de Septiembre de 2021

El pasado 16 de septiembre se llevó a cabo en el Teatro de la Abadía un poema dramático, existencial y performativo creado a partir de la figura de la escritora estadounidense Hellen Keller, activista y poeta sordociega que llegó a superar estas limitaciones sensoriales y que aprendió a comunicarse con la inestimable ayuda de su maestra Anne Sullivan, que le enseñó a leer Braille y a escuchar sintiendo el rostro de su interlocutor. De esta manera, gracias al tacto y a la imaginación consiguió trascender sus hándicaps y límites. 

También pudimos asistir al viaje paralelo de Eva y Esther a través de la luz y la vibración dispuestas al servicio comunicativo del universo Keller-Sullivan, donde se traza un camino hacia la percepción, el lenguaje, el pensamiento y el misticismo, haciéndonos testigos de momentos excepcionales a través del periplo vital que ambas experimentan para transformar el sentido del tacto en una nueva forma de pensamiento. Se nos presenta una obra que traspasa las fronteras interiores y donde se nos plantean preguntas del tipo: ”¿Cómo escribir una caricia?”. Y también donde recibimos aclaraciones cuánticas del tamaño de “Estamos hechos de polvo de estrellas” o “En el tacto residen el amor y la inteligencia”.

Photo by Bárbara Sánchez Palomero

Ataviadas con un vestuario que podríamos calificar de interestelar, las actrices, al igual que Hellen Keller, descubren la vibración y la luz como guía y como elementos esenciales de sus vidas. Eva Rufo, con su constante rigor en cuanto a la palabra escénica y su manera de descubrir y hacer renacer la obra con cada uno de sus pasos, consigue atravesar la minimalista escenografía de José Luis Raymond uniendo con un hilo rojo las bombillas a modo de metáfora de su propio despertar interior y sensorial, para que de esa manera la luz pueda llegar a encontrar su camino y confirmar la certeza de que la luminosidad, a veces a pesar de nosotros mismos, lo invade todo y forma parte de la existencia. A través, igualmente, del simbólico atrezzo y material escénico que José Luis Raymond propone, los personajes (que tienen el mismo nombre de las actrices) no solamente descubren su propia existencia, sino también la presencia externa a ellas de cuanto les rodea: el agua, el fuego, la tierra, etc. Cabe preguntarse como espectador si Hellen Keller fue en verdad una persona extraordinaria por la forma en que se enfrentó a sus limites a través de sus sentidos o bien porque consciente o inconscientemente estaba inaugurando con su diversidad una nueva forma de sentir, vivir y escribir el pensamiento. 

La actriz Esther Ortega se convierte en la voz y los ojos de Anne Sullivan y, al igual que en la ya mítica película de Arthur Penn sobre este personaje, aparece como una trabajadora milagrosa que despliega un desarrollo metodológico del lenguaje en su más elevado nivel y estima, justamente cuando los hándicaps de su pupila más pretenden complicárselo.

Se añade una amplia paleta de lenguajes escénicos que en ocasiones imprimen una cierta distancia, pero que otras tantas representan también lugares comunes más conocidos y familiares para el espectador, como la pantalla donde aparece el diálogo de las actrices reforzando el significado y el significante de la palabra, la presentación del lenguaje de signos como una disciplina artística o la coreografía de Franco Battiato en su “Centro di Gravità”, para responder así al vacío existencial y dar fe de que realmente cualquier centro de gravedad se mueve. Todo ello empleado y dispuesto para estimular la piel y los sentidos del espectador.

Las actrices trabajan con gran fuerza y energía, aunque quizás se eche de menos un mayor número de momentos en los que ambas se compenetren corporalmente para dar intensidad y sentido a algunas inconcreciones que arrastra la obra, como los aparentes finales que en realidad no acaban siendo tales o la condescendencia con la que se nos ofrece ayuda para confrontar el comportamiento humano desde sus propias experiencias. Las dos intérpretes nos presentan un proyecto de investigación y el descubrimiento constante de la empatía íntima de unas mujeres extraordinarias, logrando imprimir una fuerza siempre emocionante al situar su cuerpo y su alma al servicio de una diversidad que nos confronta con nuestra creencia de “sentir de manera correcta”, al ser el espectador dueño de todos sus sentidos.

Esta novedosa exploración creativa de la percepción y la comunicación y la voluntad del individuo para superar sus limitaciones nos muestran un camino alternativo para acceder al conocimiento cuando faltan recursos que se podrían antojar imprescindibles. También se pone igualmente en evidencia nuestra presunción de que sabemos únicamente lo que aprendemos a través de nuestros sentidos, planteándose si también nosotros podríamos llegar a constituirnos de manera distinta o incluso mejor si fuésemos sordos y ciegos. 

Sin duda, una obra construida para detenerse y pensar.  

FICHA ARTÍSTICA. Dirección: Rakel Camacho / Dramaturgia: Rakel Camacho y David Testal / Idea original: Eva Rufo / Reparto: Eva Rufo y Esther Ortega / Espacio escénico: José Luis Raymond / Diseño de iluminación: Javier Ruiz de Alegría / Videoescena: David Martínez
Música y espacio sonoro: Miguel Gil / Diseño de vestuario: José Luis Raymond e Igone Teso / Movimiento: Julia Monje / Creación sobre sistemas de comunicación y asesoramiento de sordoceguera: Julia Monje / Asesoría en accesibilidad: Esmeralda Azkarate-Gaztelu / Canto difónico: Pedro Duran / Ayudante de dirección: Teresa Rivera / Dirección de producción: Fabián Ojeda Villafuerte / Ayudante de producción: Paco Flor / Asistente de producción: Albert Suárez/ Diseño gráfico: MaríaLaCartelera / Fotos de escena: Bárbara Sánchez Palomero / Dirección técnica: Armar S.L. / Equipo técnico: Bernardo Pedraza y Mario Pachón / Construcción: Mambo Decorados / Jefa de prensa: María Díaz / Distribución: Nuevos Planes Distribución (Susana Rubio) / Producción ejecutiva: Producciones Rokamboleskas / Una producción de Producciones Rokamboleskas en coproducción con Teatro de La Abadía y Hugo Álvarez Domínguez

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