Los afectos como resistencia: EL SILENCIO DE ELVIS

España, Reseñas

Por Diana Eguía (Universidad Santa Teresa de Jesús de Ávila, España) / 29 de mayo de 2021

El silencio de Elvis. Teatro Español/Sala Margarita Xirgú. Del 17 de mayo al 13 de junio de 2021[1].

El silencio de Elvis es una obra que se fija en lo micro, en lo que pasa desapercibido, en las tragedias que no hacen demasiado ruido social, porque les ocurren a las clases trabajadoras, a las familias humildes, a las mujeres, a los enfermos, a los desempleados, a todos aquellos que deben sostener la vida con sus propias manos. La delicadeza y la empatía de los montajes de Sandra Ferrús son una mezcla entre la sencillez del regazo familiar y la lucha más salvaje por la dignidad de sus personajes. Así, sus escenas nos ponen ante el espejo del sufrimiento mientras que sus diálogos apuestan por el humor y la confianza en la obtención de una vida que merezca la pena. En el panorama teatral actual no es fácil ver la desesperación de la vida cotidiana, reconocer en escena a ese hermano que acabó internado en condiciones que prefieres ignorar; esa madre que desde hace años tiene un cajón lleno de ansiolíticos; ese padre con el corazón cauterizado, incapaz de decir “te quiero”; las familias que van a ver a los presos; las que se hacen cargo de enfermos graves en casa; la gente sin casas abducida por la crueldad de la telebasura y el enorme silencio que reina alrededor de todos ellos. El día a día de la precariedad, la desposesión, la carencia y el afecto como resistencia componen el universo dramático de Ferrús.

Fotografía de Paula Piñón

El silencio de Elvis es un homenaje a la familia de clase trabajadora que ha tenido que cargar con sus enfermos tras el desmantelamiento del estado de bienestar. Es una obra sobre la privatización de los cuidados, la salud mental y el abandono institucional, pero también es teatro sobre el amor, el apoyo, la vulnerabilidad y la esperanza. Nos cuenta la historia de Vicent, un joven que, como a tantos otros desde 2008, el banco ha desahuciado de su vivienda. Sin casa y tras haber perdido su empleo en la construcción, no tiene más remedio que refugiarse en el modesto apartamento de sus padres: dos ancianos cansados y achacados por la vida humilde y la vejez. Aunque esta desgracia ha sido y es muy común en el Estado español sucede que, además, Vicent sufre de esquizofrenia, enfermedad que empeora con la ejecución de su hipoteca. Podría haber estado enfermo del corazón, de los huesos o haber sufrido cualquier otra dolencia, pero su problema es una enfermedad mental y el cuidado de estos enfermos está en su práctica totalidad privatizado en los hogares. Mientras la esquizofrenia se va a apoderando del personaje, este intenta ansiosamente ser admitido en un programa de búsqueda de talento de la televisión. Desempleado y enfermo, Vicent comprende que ha sido expulsado de la cadena de producción que la telebasura representa y, de alguna manera, se emancipa de la necesidad de ser incluido en la mentira social.

El silencio de Elvis es un montaje de cuatro actores, los miembros de una familia: dos padres de avanzada edad, Vicent y su hermana. Uno de los mayores encantos de la obra es que de inmediato te sumerge en una atmósfera reconocible. En la casa que ocupa el escenario no hay más que una mesa de comer y un sillón sencillo para ver la tele. La familia trata de comer entre pucheros y madalenas. Una mujer envejecida, cansada va y viene, alimenta, recoge, limpia, se va encargando de todo y pide ayuda desesperada a todas las instituciones, pero solo recibe recetas de psicofármacos. 

Fotografía de Paula Piñón

El cuidado y tratamiento de Vicent se haya completamente privatizado en las manos de sus familiares, a su vez personas con vidas complejas: los achaques del padre, el cansancio de la madre, los hijos a cargo de la hermana. “En esta vida, hay que tirar pa’lante como sea” repiten, porque pese a todo El silencio de Elvis está lejos de ser una tragedia. Hay una enorme crueldad en la historia de Vicent que, sin embargo, es contratacada poniendo sobre en escena la vulnerabilidad de los personajes como resistencia política. Desde las grietas que los atraviesan, la familia no deja de luchar desde, en y con el cuerpo contra esa otra enfermedad social que es el abandono de la población más vulnerable. 

Fotografía de Paula Piñón

El silencio de Elvis puede leerse como un capítulo de la crisis económica y política española a través del sufrimiento psíquico y el estrés letal de una familia. El estado abandona a Vincent con la misma crudeza con la que es atacado por un miembro del jurado de un talent show. En el nuevo pacto social por el cual deben empeorar las condiciones de vida de la gente, la historia de Vicent nos resuena a todos. La narrativa de resistencia de esta familia contrapuesta a la contranarrativa de humillación que sufre Vicent por parte de las instituciones y la televisión nos devuelve a lo siniestro de las condiciones de vida actuales, no para caer en la desesperanza, sino para celebrar los afectos que aún nos mantienen en pie.

DIRECCIÓN Y DRAMATURGIA: SANDRA FERRÚS / REPARTO: JOSÉ LUÍS ALCOBENDAS (VICENTE), SANDRA FERRÚS (SOFÍA), ELÍAS GONZÁLEZ (VICENT), SUSANA HERNÁNDEZ (VICENTA), MARTXELO RUBIO (ELVIS, FORENSE, PSIQUIATRA) / DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: FERNANDO BERNUÉS / VESTUARIO: CADAUNOLOSUYO / DISEÑO DE ILUMINACIÓN Y ESPACIO SONORO: ACRÓNICA / UNA COPRODUCCIÓN DE EL VODEVIL S.L., TANTTAKA TEATROA, ACRÓNICA PRODUCCIONES S.L. E IRIA PRODUCCIONES

[1] Gracias a Franz Biberkopff por su ayuda en esta reseña

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