CANÓDROMO: hay que ir al teatro con el cerebro desnudo

Críticas, España

Por Tiago P. Barrachina (Universitat de València) / 20 de febrero de 2024

Lo cierto es que no existe una taxonomía concreta que nos haga poder clasificar algunas de las experiencias escénicas que hoy se manifiestan en el panorama cultural de las salas alternativas, espacios de vanguardia donde los creadores y creadoras se atrevan a lanzar un anzuelo en el mar del vacío y esperar a que el pez que pique sea lo suficientemente bueno como para construir una obra. Desde mi perspectiva, es parte de la labor de la crítica reflexionar y definir, sin olvidar, eso sí, lo que se espera de ella. Canódromo forma parte de ese grupo de piezas a las que se debe ir sin expectativas, con el cerebro desnudo.

La pieza desdibuja los límites entre el arte plástico y el el escénico, haciendo uso de las asociaciones pictóricas desde el instante en el que se entra a la sala. Allí, el espectador pasa por una exposición de diferentes ilustraciones que dirigen su imaginario hacia la figura del galgo y el canódromo. No obstante, el discurso no es animalista per se, sino que traza una analogía entre el animal y la vida del artista urbano que, como el pobre can, se lanza a la carrera de una meta inalcanzable. A partir de ahí, y mediante las imágenes retro proyectadas en la escena, surgen una cantidad ingente de sensaciones y preguntas. Igual que el galgo corre detrás de un conejo de peluche, la actriz recorre la urbe, buscando su camino. Es ella el verdadero sujeto de la pieza, la actriz dentro del sueño bohemio de ínfulas románticas que esta nueva generación de artistas trata de alcanzar.

Como público, llegar a esta conclusión por vía propia a través de las asociaciones subjetivas que emite la pieza es mucho más gratificante. Esto se consigue a través de un dispositivo escénico muy bien aprovechado, donde dos son los elementos sustanciales: el retroproyector antes mencionado y una placa de luces led. Con ello se asiste a la iluminación y a la manipulación de la misma, algo que en cierta medida distancia al público. En cualquier caso, son los elementos que pasan por el retroproyector los que dibujan extrañas formas, siendo las mismas el objeto de contemplación e iluminando el cuerpo de la actriz. No obstante, no se percibe una estética industrial, sino que todo respira un aire poético y ciertamente tétrico. Tal ambiente lúgubre aparece gracias al tratamiento de lo oscuro en la escena, algo que habría de estudiarse en relación a las propuestas performativas contemporáneas. Pareciera que tras el dominio de la luz, el espectador asiste a enamorarse de las tinieblas y entender que la vida, en parte, es eso y, por tanto, dejarse inundar por ellas otorga cierta sensación de paz. Canódromo permite adentrarse en el paisaje urbano en mitad de la noche gracias a aceptar la oscuridad, interrumpida intermitentemente por las luces de semáforos, señales y edificios.

La actriz, aun con el estilo poético-lírico de la propuesta, nos muestra una interpretación cercana al posdramatismo, trabajando con recursos como el ejercicio físico y su posterior cansancio que, como en el caso de los galgos, no tiene razón de ser más allá de la enfermiza carrera que sirve de espectáculo. Cecilia T. Palafox, que se interpreta a sí misma, cuenta únicamente con la ayuda de Jorge Romero, que trata de apoyarla en este confuso camino de agotamiento y destellos.

La hibridación tan evidente entre lo pictórico, lo escénico y lo literario conlleva un gran riesgo. Puede que el público se sienta atolondrado o que no termine de comprender, al menos desde un aspecto racional, aquello que ve. Lo obtuso del lenguaje podría plantear la crítica que un sector del patio de butacas le haría a la pieza. El problema surge en la costumbre de ver el mundo a través de una pantalla transparente frente a puestas en escena con un cristal traslucido, a través del cual se observe una realidad imaginada, un mundo compuesto de extraños galgos hechos de cenizas. De ahí que al salir de la sala no haya que coger el teléfono móvil y scrollear en Instagram o tic toc, sino dejarse llevar por las sensaciones recibidas.

A lo mejor Canódromo es eso: una de las píldoras artísticas en contra de la deshumanización que vivimos hoy en día.

En Teatro Círculo, València. Del 15 al 18 de febrero.

FICHA ARTÍSTICA. Compañía La Llorica / Autoría, dirección e interpretación: Cecilia T. Palafox / Artista plástico y técnico en función: Jorge Romero.

One thought on “CANÓDROMO: hay que ir al teatro con el cerebro desnudo

  • Qué emoción!!!
    Tanto los artistas como la interpretación crítica, aportais una gran carga de emociones y sensaciones muy conmovedoras
    No nos deja indiferente esta puesta en escena y encuentra un buen incremento reflexivo en esta elaborada y respetuosa crítica.
    Gracias por todo ello

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