Sisiforen paperak: de la palabra al conflicto

España, Reseñas

Por Marina Ruiz Cano (Le Mans Université, Francia) / 22 de mayo de 2021

Tras su estreno en el Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz el pasado mes de noviembre, Sisiforen paperak/Los papeles de Sísifo, y la piedra que esconde, por fin ha llegado a Madrid. Con ella, y desgraciadamente únicamente en dos funciones, el euskera ha subido por primera vez al escenario del María Guerrero. La lengua plantea aquí su primer conflicto, y casi me atrevería a decir que la elección del castellano supone el principal defecto del montaje, que debería de haber sido completamente bilingüe, en la línea de la novela Ehun metro de Ramón Saizarbitoria.  La génesis de la obra se remonta a 2003 y al conocido, al menos en Euskadi, “caso Egunkaria”: la clausura del diario Egunkaria, el único que se publicaba íntegramente en euskera, por su supuesta relación con ETA. Siguieron varias detenciones, torturas, penas de cárcel, el cierre definitivo del periódico… y Fermín Muguruza abucheado en los Premios de la Música otorgados por la Academia de las Artes y las Ciencias de la Música por denunciar tal injusticia. La obra no pretende en ningún momento asemejarse al teatro documento, aunque podemos encontrar algunas estrategias que sí nos hagan pensar en él, como la proyección de imágenes de archivo (clausura del periódico o manifestación multitudinaria en Donostia). 

Fotografía de Bárbara Sánchez Palomero, cortesía del Centro Dramático Nacional.

Tanto los hechos como los personajes son fácilmente identificables, de ahí que la elección de la lengua española no resulte acertada. Si bien es una ficción pura y dura, el bilingüismo habría permitido conectar aún más con el contexto en el que surgió la obra. De hecho, la versión en euskera es realmente bilingüe, con las tramas judicial y policial en castellano. Esta elección habría supuesto un verdadero homenaje ya no al mundo del periodismo, como subraya el programa de mano y del que se hacen eco numerosas críticas, sino al mundo euskaldun, vascoparlante, lo que habría resaltado aún más el compromiso político que puede verse en la obra.

No se puede hacer abstracción del entorno en el que surge Sisiforen paperak/Los papeles de Sísifo, y el nombre del periódico ficcional, Elea, nos lo recuerda. Este vocablo en euskera vehicula por su polisemia algunos aspectos esenciales de lo que se pone en escena. Por un lado, “elea” significa “la palabra”, “el discurso”, pero también “la patraña”; o sea, un relato inventado y engañoso cuyo objetivo es manipular la verdad. Se incide así en el peso de la palabra y del discurso, en su acción sobre la realidad para hacer o deshacer; evidenciar o negar; reiterar u omitir. Por otro lado, también puede entenderse como “disputa, discusión”, lo que nos remite directamente a los interrogatorios judiciales, a las entrevistas periodísticas, a la tensión que se crea entre lo que se pregunta y la forma de la cuestión, lo que se responde y los matices que se desprenden visto el contexto de enunciación, a las notas que el periodista toma y a como lo plasma en el papel. 

La construcción del relato a través de la palabra es esencial, y la historia reciente de Euskadi se enfrenta precisamente a ello desde hace unos años. No hay más que ver la eclosión de producciones culturales en los últimos años, algunas de las cuales ignoran, u omiten a sabiendas, que varias obras vascas en euskera ya habían problematizado la cuestión décadas antes. La obra nos propone una reflexión con respecto al uso de la historia, la memoria y el olvido: “No recordar nunca, ¿es esa nuestra labor? ¿Olvidarlo todo el rato a fuerza de…?/ ¿…vender el olvido como si fuese algo nuevo?” o “Por eso sé que la historia no se repite…/…la historia no: pero sí las rimas, lo ecos… se repiten”. Estos ecos que se repiten bien pueden ser los métodos utilizados en los interrogatorios, que parecen de otro siglo – no es casualidad que uno de los policías que tortura se haga llamar Torque – y que cuestionan si realmente en el Estado español ha habido una transición democrática. 

La temporalidad es también problemática, “¿Qué día es hoy? / Ahora. / Ahora es la memoria del mañana”. Estas palabras casi al inicio de la obra nos obligan a preguntarnos qué ha cambiado realmente y a adoptar una mirada crítica sobre la actualidad sociopolítica: “«Siempre» hay una mancha negra al principio” u “«Hoy» han clausurado un periódico en Turquía”. El uso de comillas evidencia de nuevo la capacidad de manipulación discursiva, ya sea periodística o política. Estas reflexiones sobre el tiempo, el lugar y la historia se presentan en la introducción, cuyo ritmo puede resultar un tanto lento al espectador. Sin embargo, estas pistas volverán en el epílogo, dotando a la obra de la circularidad trágica propia del mito de Sísifo. La deslocalización de prácticas autoritarias permite de nuevo despertar la conciencia crítica del espectador, que ya sabe que esos mismos mecanismos de censura que se critican continúan caracterizando al Estado español del siglo XXI, del caso Egunkaria a la Ley Mordaza.

Fotografía de Bárbara Sánchez Palomero, cortesía del Centro Dramático Nacional.

El público navega de una escena a otra, de un espacio escénico a otro, gracias a las transiciones musicales. De hecho, hay pocos instantes de silencio en la obra, quizás para insistir en la defensa de la libertad de expresión, en la escritura que debe romper el silencio impuesto: “Itxita baina ez ixilia” (“Cerrado, pero no silenciado”), podemos leer en una publicación al día siguiente de la clausura del periódico. El espacio escénico doble, con la redacción del periódico y las dependencias policiales y judiciales, está enmarcado con unas pantallas dispuestas en arco que nos recuerdan en parte al teatro documento y en las que, por otro lado, se proyectan sombras de lo que sucede en escena, lo que remite inevitablemente al mito de la caverna. ¿Cómo se representa y percibe la realidad? ¿Qué se toma como la verdad? ¿Podemos hablar de prensa independiente? ¿Hasta qué punto existe la separación de poderes?La simultaneidad de acciones de ocio y de tortura permite señalar la pasividad de la sociedad, que prefiere mirar para otro lado. Así, el espectador está tentado de desviar su mirada de los golpes e insultos, y dejarse obnubilar por la carrera de Fórmula 1 y su ruido ensordecedor, o por la música del karaoke. Si el ciudadano se venda los ojos, la justicia hace oídos sordos ante las acusaciones de tortura, y utiliza eufemismos como “malos tratos”, “vejaciones” o “coacciones”. Pone así en duda el estatus de víctima de quien denuncia. La culpabilidad compartida se plantea también a través del humor negro de Torque. Cuanta más conexión emocional establece el espectador con el drama de los protagonistas, menor es su respuesta frente a su humor, como si la risa los convirtiera en cómplice de sus acciones.

Fotografía de Bárbara Sánchez Palomero, cortesía del Centro Dramático Nacional.

También nos gustaría subrayar otras cuestiones políticas que hacen que esta obra establezca un diálogo constante con su entorno. Por un lado, la cotidianidad del trabajo en una redacción de un periódico independiente subraya la precariedad. Por otro, se denuncian de soslayo los recortes sociales y los despidos masivos. La referencia a Tubacex no es anodina, puesto que esta empresa, localizada en Llodio y Amurrio (Araba) lleva en huelga indefinida desde el 15 de febrero de 2021.  

En definitiva, esta obra, que quizás podría calificarse de tragicomedia, denuncia las derivas de los discursos mediáticos y políticos; y advierte de que los culpables de los abusos acaecidos no son mero pasado. El mito de Sísifo es metáfora del trabajo del periodista, que vuelve a empezar en cuanto cierra un número, pero también de la defensa de los derechos fundamentales, que aún están lejos de ser garantizados para todas las personas. Asimismo, si pensamos en Albert Camus, sirve también para denunciar lo absurdo del trabajo repetitivo, ya sea en un periódico o en una fábrica.

Sisiforen paperak/ Los papeles de Sísifo, escrita por Harkaitz Cano y dirigida por Fernando Bernués. Con Anjel Alkain, Joseba Apaolaza (en la función en euskera), Iñigo Azpitarte (en la función en euskera), Mireia Gabilondo, Olaia Gil, Aizpea Goenaga (Jueza Natalia Ruiz Arcas en las funciones de los días 30 de abril, y 1 y 2 de mayo), Asier Hernández, Asier Hormaza, Xabi “Jabato” López, Mikel Losada, Markos Marín, Iñaki Rikarte, Alexandru Stanciu y Dorleta Urretabizkaia. Escenografía y música en directo de Ikerne Giménez. 

Coproducción de ANTZERKIZ, Teatro Arriaga de Bilbao / Teatro Principal de Vitoria-Gasteiz / Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián y Centro Dramático Nacional de Madrid. Del 9 de abril al 2 de mayo de 2021 en el Teatro María Guerrero de Madrid.

Gracias a Iñaki Rikarte por responder a nuestras preguntas.

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