«Doña Rosita anotada» de Pablo Remón

España, Reseñas

Por Margarita del Hoyo Ventura (UNIR) | LABORATORIO DE LAS ARTES DE VALLADOLID / 6 de marzo de 2021

Quizá sean cuatro manos las que aparecen en la firma de este trabajo, dos de Lorca, autor, dos de Remón, responsable de la versión. Pero realmente son más. Están presentes las de Chejov, las de Beckett, las de Pirandello. Quizá solo como sombras, como ecos de manos y de palabras que de alguna manera existen dentro de aquellos que firman. Pero están.

Comenzamos con un acto de sinceridad: el actor alter ego de Remón confiesa su sorpresa y su primera negativa a la propuesta de dirigir Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, de Federico García Lorca, encargo que le llega dentro de las peticiones que la Comunidad de Madrid pone en marcha en 2019, con motivo de la celebración de los cien años de la llegada de Lorca a la Residencia de Estudiantes. Por qué este texto, o cómo hablar hoy desde el escenario con esta obra acerca de una mujer encorsetada en un tiempo lejano y un marco social tan distante, confiesa haberse planteado. Y, sin embargo, al dejarse empapar por las primeras palabras de Lorca, su musicalidad y su belleza, Remón (Madrid, 1977) sospecha pronto que el texto encierra enormes posibilidades de lectura. Y se lanza a por ellas, y empieza a jugar. 

El trabajo de intervención sobre el texto es profundo y arriesgado. Remón crea un sencillo juego metateatral dirigido por un actor que asume su voz y otros roles (Juan Ceacero), y sostenido por dos actrices más (Fernanda Orazi y Manuela Paso), que juegan a ser Rosita y el ama (rumana, en esta versión), las tías muertas de Remón o su propia madre. El baile de personajes que presenta Lorca, con sus Manolas y sus Solteras, queda aquí eliminado. Pero no nos sorprende, porque Remón enseguida nos ha dejado claras sus reglas del juego.

El texto, para él, habla del paso del tiempo. Más concretamente, habla del paso del tiempo por nosotros, es decir, de nuestra experiencia temporal. Ese tiempo que parece detenido en el espacio escénico roto a la mitad, como si en nuestra cabeza, en nuestra memoria, las personas aparecieran en un rincón determinado, con sus objetos concretos que se llenan de matices cuando nuestra mente y nuestras emociones viajan a ellos. La Tía y el Ama de Rosita, que son a la vez Las Tías y la rumana Petra de Remón, se atan al espacio del pasado. El novio de la juventud lo hace al sofá, elemento central del espacio, ese rincón que acoge a Rosita cuando se tumba y que guarda en sí el recuerdo y el calor de los cuerpos de ambos. 

Y ahí es donde aparece Chejov. Porque en ese dolor por dejar la casa atrás, que más que dolor es miedo al cambio, nos parece escuchar a Lubov Andréievna negándose a admitir que debe abandonar el huerto de cerezos, a Arkadina sin querer escuchar la realidad que le rodea mientras juega a la lotería. El tiempo y su implacable paso por encima de todos nosotros, y su relación profunda con los espacios.

La autoficción, elemento clave en el texto, es la estrategia dramatúrgica fundamental: se habla de vivencias propias, se camina al lado del autor -con estupendos momentos de humor-, pero se hace con la guía y el apoyo fabular del texto de Lorca. Y así podemos entender con absoluta claridad la escena de Rosita y su amor de juventud, anclados a ese sofá, ajenos al mundo, y preguntando reiteradamente cuánto tiempo falta. Por momentos nos parece escuchar a Vladimir y a Estragón…

Sobre el final del texto original, trágico y poético, Remón plantea un giro: Rosita, o, mejor dicho, Rosa ya sin diminutivo, deja atrás la casa y se define como una mujer mucho más libre de lo que el entorno le permitía ser. Sin necesidad de explicar nada a nadie, sin aferrarse a nada, ella reivindica su elección vital: esperará si así lo elige, y por fin puede estar tranquila en su rincón mental de recuerdos, sensaciones y vivencias. Sin que se la juzgue por eso. Será ella misma cuando los demás dejen de cuestionar su decisión de esperar. 

Pero tenemos aún que volver a Remón, saber dónde está él tras abordar su visión del personaje de Lorca. Y lo encontramos ahí, en el teatro vacío, preguntándose sobre las sombras que lo habitan cuando acaba la ficción. Y comprendemos la magia del momento final con la aparición de la madre, porque ya sabemos que los recuerdos existen y que se pueden conjurar momentos del pasado, vivirlos, añorarlos y recrearlos. Y casi con el aroma de la magia de Pirandello, La Madre aparece entre las sombras a contarnos que esa existencia es posible, porque nuestra vivencia del paso del tiempo está atada fuertemente a las personas que lo habitaron con nosotros. 

El ejercicio metateatral y autoficcional supera tanto a la individualidad del yo como al juego textual que enlaza con Lorca. Viene, finalmente, a hablarnos de nosotros, y de los seres que viven por dentro de nosotros y que sostienen el tiempo que cada uno atraviesa. Por eso Rosita no es víctima aquí, porque la decisión de vivir en esa espera es suya. 

Cuando vamos al teatro esperamos que lo que vemos nos toque y nos conmueva. Desde la sencillez, desde la limpieza narrativa, desde la sinceridad absoluta, Doña Rosita anotada lo consigue. Estamos ante el texto de Lorca, sin ninguna duda, porque al hablar de hoy y de nosotros mismos, probablemente, hayamos ido a su centro mismo y a su significado más profundo. 

DOÑA ROSITA ANOTADA / DIRECCIÓN Y ADAPTACIÓN Pablo Remón / REPARTO Fernanda Orazi, Francesco Carril, Manuela Paso / ESCENOGRAFÍA Mónica Boromello / ILUMINACIÓN David Picazo / VESTUARIO Ana López Cobos / ESPACIO SONORO Sandra Vicente / AYUDANTE DE DIRECCIÓN Raquel Alarcón / VERSIÓN Y DIRECCIÓN Pablo Remón / PRODUCCIÓN EJECUTIVA Rocío Saiz / DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN Jordi Buxó / COPRODUCCIÓN Comunidad de Madrid y Buxman Producciones, con la colaboración de La_Abducción 

Deja una respuesta