THE HUMAN VOICE: Almodóvar, Cocteau y mi madre con sus amigas en las terrazas de los 80.

EE.UU, España, Reseñas

Por Jesús Eguía Armenteros (Università degli Studi di Padova) / 19 de mayo de 2021

Tilda Swinton en un fotograma del film.

En la semana del 17 de mayo llegó a los cines de Italia The Human Voice de Pedro Almodóvar, una obra de cineasta con 60 años. Como madrileño nacido en 1980, me crié viendo películas de Pedro Almodóvar a edades que a día de hoy parecerían escandalosas e ilegales. Por contra, también desde pequeño iba de la mano de mi madre o mi padre por aquel centro de Madrid plagado de yonkis, prostitutas y colorido nocturno y diurno. En el documental Anatomía de un dandy (Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, 2020), se comenta que el Madrid de los ochenta y los noventa lo contaron Francisco Umbral, Joaquín Sabina y Pedro Almodóvar. Quizás también pudiera decirse que aquel Madrid —o aquella España— la crearon Umbral, Sabina y Almodóvar. Quizás por esa posición de “hijo de Almodóvar” nunca me interesaron especialmente sus obras. Para mí no resultaban más curiosas que cuando me tocaba pasarme las tardes sentado en la terraza de un bar de la Plaza de la Morería de Madrid mientras mi madre y sus amigas charlaban sobre sus cosas. En esto sé que no soy original ya que es un hecho que comparten muchos de mis coetáneos. Y desde esta posición me atrevo a escribir que The Human Voice es la mayor obra de Pedro Almodóvar. En una situación global en la que nos debatimos con angustia sobre la sostenibilidad del planeta, la pandemia del COVID, la globalización económica, los valores democráticos frente a populismos de índole totalitaria, en treinta minutos Almodóvar rompe todas aquellas teteras de porcelana para ponernos frente algo que, cuando llega, hace que el resto de dilemas se disuelvan. Cuando el deseo choca contra el abandono radical y el Yo arde por el amor no correspondido, el resto de la galaxia desaparece para dejar solo a ese Yo enclaustrado en un decorado de recuerdos. Aquel abandono radical fue plasmado en el siglo pasado por Jean Cocteau mediante el teléfono analógico como un adiós que comenzaba a deshumanizarse. En el caso de Almodóvar, esta deshumanización aparece en los extremos de la actualidad, chocando directamente con lo que, al menos de momento, es imposible erradicar ni con pastillas: ese dolor de la ruptura. Hasta aquí nada debería sorprender, dado que es uno de los temas de la filmografía de Almodóvar, si bien por ello surge la primera sorpresa: encontrarnos un cortometraje meta-cinematográfico, una composición audiovisual llena de elementos de otras obras, pulidos, recompuestos, detalladamente situados para perfeccionar un poema, sí, un poema. Roberto Bolaño comentaba que la novela es una escritura que tolera todo tipo de imperfecciones, que no es un soneto de Quevedo, un poema perfecto. Esto mismo se podría aplicar al cine de Almodóvar para afirmar que todas sus películas son obras imperfectas, con irregularidades y asperezas. Por contra, The Human Voice es un poema, la culminación de su estrategia artística al fin plenamente pulida, exacta, la esencia definida al detalle de lo que aún es uno de los paradigmas cinematográficos más relevantes de la contemporaneidad. A ello se le suma el que tal estrategia artística haya sido plasmada con un contenido clarividente respecto a los motivos que la impulsaron: la ausencia de amor, una ausencia de amor que puede entenderse tanto desde lo íntimo, como referido a un Yo transindividual de un Reino de España que, a pesar del colorido de su bandera ondeando en la Plaza de Colón —o la ropa glam de la Movida Madrileña—, abandona a sus hijos para que sobrevivan ante la intemperie como el Lazarillo de Tormes, como aquella Transición española que al final devino en Transacción y que volvió a llorarse y reclamarse durante el 15M, un Yo transindividual que acaba asemejándose a perros que aman confiados frente una España que los deja tirados sin avisar y que aún así se la llora. Sin embargo, esta versión de The Human Voice también sorprende con una puerta que se abre a la esperanza, la posibilidad de acabar completamente con aquello y empezar un mundo nuevo. 

Tilda Swinton y Pedro Almodovar durante el rodaje en 2020.

El porqué esta es la mayor obra de Almodóvar quizá tenga respuesta en la relación entre el Yo y el nuevo entorno acaecido en 2020 que todo apunta a que  le ha obligado a regresar a una libertad de trabajo como en sus tiempos del Súper 8. El primer condicionante se presenta al ser una adaptación directa de otra obra maestra ya en sí misma con la que, gracias a una estructura ya fija y su identificación con los propios motivos de Almodóvar, le ha impulsado a elevarse con evidente libertad y mayor facilidad en el el vuelo de colores propios que la re-definan. Lo segundo ha sido el tiempo. The Human Voice fue rodado tras la primera etapa de confinamiento de 2020, en aquellos meses de inicios de verano en los que al fin se permitió a los españoles salir de sus salones. Seguramente por ello Almodóvar optó por trabajar en pequeño, lo que en realidad ha supuesto ampliar su autodeterminación creativa ya que el cortometraje es un tipo de cine —siempre bajo las condiciones de producción apropiadas— que permite un trabajo más minucioso, lo que en el caso de Almodóvar ya se traduce en labor milimétrica, a la vez que se abre a la posibilidad de improvisación, de independencia creativa en el mismo set de rodaje gracias a que los problemas que tales cambios pudieran generar al total de la producción resultan pequeños. Esta limitación espacio temporal también se traduce en el haber contado con una sola actriz, haber limitado su concentración únicamente en y con ella, dirigirla con la misma osadía y exactitud que con el resto de elementos de esta creación, algo que se puede ver en cada gesto o mínima vibración de esta interpretación antológica. Y por último, en enlace con la anterior, el idioma. Rodar un cortometraje en inglés, con una actriz londinense de sentir inglés, es decir, contenida, ajena a los excesos expresivos de los mediterráneos —lo que no supone una reducción del fuego interno de cualquier ser humano ante el abandono, sino lo contrario— ha supuesto una bomba atómica explotando en el interior de un rostro pálido e inamovible. Seguramente esto ha permitido al manchego trabajar sin reparos, expandir sus inquietudes con notas actorales extremas, contradictorias, sin contención, de un Almodóvar sin mesura gracias a que lo que en una intérprete hispana hubiera podido peligrar de sobre-actuación, con Tilda Swinton se ha canalizado en incendio y belleza dramática. Tilda Swinton, Jean Cocteau, Almodóvar desatado, libre y pulido han logrado que alguien de mi generación se siente en un cine italiano a ver una de sus películas sin que las conversaciones de sus padres y sus coetáneos del Madrid de los 80 le reduzcan el impacto. Supongo que al fin he podido experimentar lo que el público anglosajón acusó ante Mujeres al borde de un ataque de nervios o Volver: se ha dado la vuelta a la tortilla. Y esto lo ha logrado un Pedro Almodóvar de 70 años en rodaje, curiosamente la misma edad con la que Jean Cocteau dirigió su obra magna,  Le Testament d’Orphée (1959), siendo ambas, además, creaciones meta-artístico-biográficas. Si The Human Voice contiene todas las películas de Almodóvar, ahora apunto que todas las películas de Almodóvar parecen haber sido un entrenamiento para rodar este The Human Voice estremecedor, inolvidable, genial: una obra maestra de la Historia del cine. 

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