Un paseo por las Noves Tendències en Terrassa TNT

España, Reseñas

Alba Saura Clares (U. Autònoma de Barcelona, España) / 21 de octubre de 2021

En 2014, Terrassa se convertía en un importante enclave para el apoyo, acogida y difusión de los nuevos lenguajes escénicos. Así, el TNT, Terrassa Noves Tendències, explota y explora cada año la libertad creadora. Como se define el propio evento, es un encuentro dedicado a las artes vivas y los nuevos formatos. Entre la amplia programación que el festival ofrecía en esta ocasión, acompañada de la nueva performatividad que las medidas y protocolos COVID determinan actualmente para el encuentro convivial, podemos recordar algunas de las propuestas acogidas, a modo de ejemplo de lo que se pudo vivir los primeros días de octubre en esta ciudad catalana. 

Por un lado, el Col.lectiu Las Huecas, formado por cinco creadoras jóvenes, nacidas entre 1990 y 1995, presentaba Aquellas que no deben morir, resultado del proceso de creación que llevaron a cabo como compañía residente del TNT. La obra tomaba como eje la muerte para, desde una estética performativa y posdramática, adentrarse y relacionarse con ella a través de escenas en collage: desde el sentido cómico de los disfraces de fantasmas a la espera de la muerte, con el que se iniciaba la obra, al relato emocionante de una tanatopractora que nos abría, desde su sinceridad testimonial, la mirada a la belleza de la despedida a la vida o la crítica al negocio y la gestión privada de la defunción, entre otras escenas donde el rito funerario y el testimonio se conjugaban de la quietud al éxtasis.  

También pudo verse We are (t)here, un trabajo bajo la firma de Aurora Buazà y Pere Jou, creadores interesados en la investigación con la voz y su sonoridad. El propio contexto donde se desarrollaba la pieza, la Nau Albiñana Ribas, parecía motor de la creación: una antigua fábrica por cuyos ventanales entraba la luz de la una de la tarde y donde, ante un espacio vacío, comenzaba la liturgia sonora a través de la presencia de los cuatro cuerpos actantes que se convertían, a cada paso, en una resonancia única y envolvente para el público, un mantra que iba avivando a los cuerpos expectantes e invitándolos a dejarse llevar por el presente y la atmósfera generada. 

 El festival acogía también instalaciones, como No hay tierra más allá, donde Urati Laboratorio, en coproducción con el TNT, reflexionaba sobre la migración. La metáfora conductora la generaba una caracola dentro de la cual escuchábamos cómo su concha va pasando por diferentes cuerpos con el paso de los años, por diversos moluscos que acogen ese hogar como propio y lo donan para la siguiente generación. La instalación se concebía de forma inmersiva e interactiva, a través de cinco módulos/escenas por donde el público transitaba con libertad. En un ambiente postapocalíptico, unido por imágenes de la ciudad, el sonido del mar y la tierra sobre los pies, se iban acompasando los pasos de cada estación. En ella, los diferentes objetos se convertían en mediadores desde los que reproducir diversos testimonios: latas de cerveza y refrescos, zapatos, juguetes, libros y teléfonos componían los objetos de cada uno de los estadios que nos invitaban a escuchar de los propios migrantes a disímiles agentes a su alrededor, de trabajadores sociales, educadores, policías u ONG´s a discursos políticos y ciudadanos enfrentados. Cada persona podía realizar su recorrido a través de estos estadios y participar de las acciones propuestas en un trabajo con la estética del videojuego; cada quien elegía qué escuchar o cuánto tiempo dedicar a ello, dónde situarnos ante el puzle migratorio y cómo jugar con la instalación para aumentar así, desde la propia decisión, el reflejo de nuestro lugar ante esta problemática y nuestra empatía hacia los diversos caminos migrantes. 

Al atardecer, en la terraza de una casa lejos del centro de la ciudad donde se desarrollaban la mayoría de espectáculos, se podía formar parte de La Llista, de Quim Bigas. Digo intencionadamente formar parte, pues la pieza reclamaba una presencia activa, en una llamada a hacer y dejarse llevar junto a este bailarín y performer, quien nos abría las puertas a la exaltación del encuentro. La terraza quedaba marcada por las sillas colocadas como un imaginario mapa a través del cual Bigas se movía, bailaba, vibraba y accionaba, entre un público convocado a componer con él la lista de sus acciones. No solo por la mínima distancia entre espectador y performer, sino por su implicación para leer sus cartas, recibirlo, darle ropa, tirarle bolas de papel, colocar guirnaldas, pintarle las uñas o en la necesidad de movernos a su paso o de levantarnos de la silla para disfrutar de lo que, a pocos metros, en la terraza de enfrente, otra bailarina buscaba expresarnos con su cuerpo y el propio Bigas generaba a su paso libre por la calle, en interrelación con la mirada de los transeúntes convocados involuntariamente a formar parte del espectáculo.  Un trabajo que deconstruía roles de género, imposiciones sobre el arte y los cuerpos, que desvestía al performer en el devenir de su trabajo y su profesión, que lo enfrentaba de forma directa al hecho artístico. El acto expectatorial se veía completado por la complicidad que se generaba entre la audiencia: las miradas, las sonrisas o las risas que explotaban repentinamente. Lo veíamos, lo sentíamos, lo podíamos oler cuando acababa embarrado entre patatas fritas y alcohol o cuando engullía y devolvía donuts ante nuestros ojos. Y, de fondo, el espacio sonoro de la lectura continuada de las posibles listas que cada día construimos para nuestro quehacer diario junto al relato de diferentes vecinas que narraban desde experiencias teatrales a la dulce cotidianeidad de cuántas plantas tenían en su terraza. 

Aunque La Llista se creó en 2017, su significado se nutría del contexto actual. Es este un hecho también especialmente significativo de la pieza: su convocatoria en la terraza, el espacio excelso de liberación durante el tiempo de encierro pandémico. El lugar que ha permitido, durante tantos meses, la relación vecinal, el diálogo, la respiración libre de mascarillas, el movimiento que explota y vence a la cerrazón. No sé qué significados compondrá esta lista en otros contextos, pero en este tiempo era un canto, en comunidad, a disfrutar del presente en profunda y bella normalidad. 

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